Grandísimos equipos, ha habido demasiados en la historia de la Champions League; auténticas dinastías, más bien pocas.

 

La diferencia es clara: lo que una camada de jugadores, lo que una generación de talentos, logró ganar para un uniforme sin haber alterado su más básica esencia.

 

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Bajo ese calificativo, el ejemplo máximo es el Real Madrid de los años cincuenta, al haber conquistado las primeras cinco Copas de Clubes Campeones. Lo mismo debemos incluir al Ajax de Johan Cruyff con tres títulos al hilo, sucedidos por otros tres del Bayern de Franz Beckenbauer. Luego vinieron el Liverpool con cuatro trofeos en ocho años, el Milán con tres en seis y el Madrid con tres en cinco.

 

Entre el Barcelona que el sábado tocó el cielo en el Olympiastadion de Berlín y el que se coronó en 2006 en Saint Denis, hay pocas coincidencias de nombres. Acaso Andrés Iniesta que en París ingresó al arranque del segundo tiempo, Xavi Hernández que entonces se quedó en la banca o Lionel Messi que nueve años atrás estaba lesionado. Sin embargo, no es descabellado introducir en el mismo archivo esas dos victorias, así como las otras dos que estuvieron en medio (2009 y 2011).

 

Tres directores técnicos distintos (Frank Rijkaard, Josep Guardiola y ahora Luis Enrique), aunque un hilo conductor inconfundible. Ahí radica el inconmensurable mérito: la capacidad para extender una hegemonía, para saberse beneficiar de una serie de jugadores, para jugar a una misma cosa sin importar quién esté alineando o integrando el plantel.

 

Este Barça ya era de leyenda a la segunda Champions lograda bajo el timón de Guardiola, aunque la última gesta permite colocarlo sólo por detrás de lo que supuso el Madrid de Di Stéfano (y hablamos de épocas, formatos, contextos, muy diferentes).

 

Muchachos que no se han cansado de ganar, que no se han aburrido ni saciado, que tras notables momentos de hartazgo o fatiga han logrado reencender esa pasión. Sobre ese tema hablaba con Gerard Piqué un par de años atrás y su obvia respuesta era que “es más divertido jugar cuando ganas”. Consideremos que varios de quienes se impusieron en la última Champions, también lo han hecho en las dos copas más relevantes a nivel de selecciones (Mundial y Euro), cracks que pueden presumir algunos de los palmarés más lustrosos de todos los tiempos.

 

Ahora el que se va es Xavi, pero ni con la partida del cerebro se ha cerrado este ciclo. Lo mismo se han marchado Ronaldinho, Samuel Eto´o, Carles Puyol, Víctor Valdés, y esto ha seguido adelante. Quizá sólo cuando se vayan Iniesta y Messi podremos hablar de otra época, aunque con la renovación blaugrana, es factible que entonces tengamos eslabones para conectar una más amplia historia (consideremos la edad de Neymar).

 

A diferencia del Barça campeón en otro momento, este padece una severa crisis institucional (con presidente interino y no pocos escándalos), así como sus divisiones inferiores ya no generan lo que antaño.

 

Lo anterior permite valorar más este triunfo: más allá de lo que pase en los despachos, más allá de la sangre fresca que emerja, esta base es capaz de seguir mandando y con contundencia.

 

El año de triplete todavía puede ser de sextete, hito altísimo que dejó Guardiola y que está en condiciones de ser igualado.

 

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