A un año de iniciar Brasil 2014 podíamos preguntarnos si el trono actual ya pertenecía a este locuaz goleador, dado a resolver partidos, pero también a todo tipo de caprichos. El futuro si parecía suyo, pero ¿el presente?

 

Por primera vez en mucho tiempo había emergido un talento brasileño que verdaderamente luciera a la altura del brillante pasado futbolístico de este país. Sucedía que su excentricidad y fragilidad corporal invitaban a ciertas dudas: ¿podría soportar ese adolescente el huracán en que ya se había convertido su carrera?, ¿cargar con la verdeamarela?, ¿llevarla a otra gloria mundialista?, ¿tantísimos reflectores, multiplicados por su apego a toda red social?

 

FOTO LATI_AP

 

Así salimos de Londres 2012, donde Neymar cayó a manos de México en la Final de Wembley, y así llegamos a la Copa Confederaciones 2013. Fue apenas al minuto tres del partido inaugural, frente a Japón, cuando el crack recién transferido del Santos al Barcelona confirmó para lo que estaba. Un golazo ratificó que no le pesaba esa casaca 10, portada en el pasado por leyendas de la dimensión de Pelé, Rivelino, Zico, Rivaldo, Ronaldinho. Neymar no sólo podía con la presión, sino que gozaba cargándola.

 

Al paso de ese mini torneo se confirmó la importancia capital, el rol medular e insustituible, que el niño del peinado de “pájaro loco” había adquirido. Eso se acentuaría toda vez que Ronaldinho y Kaká, héroes un par de Mundiales antes, quedaban en definitiva marginados de las convocatorias del entonces seleccionador Luiz Felipe Scolari.

 

Neymar arrasó en las votaciones para el Balón de Oro de esa Copa Confederaciones y empezó su año de preparación rumbo al Mundial que tendría que lanzarlo a lo más alto, con un scratch sólo dorado si destacaba él.

 

Su primer año en el Barcelona no fue especialmente brillante, aunque su peso comercial seguía aumentando, así como la cantidad de patrocinadores adheridos a esa especie de reflejo futbolero del nuevo Brasil. En todo este proceso, el manejo de redes fue fundamental: sus fotos, sus posts, sus mensajes, sus ocurrencias, sus canciones, sus modas, sus parejas (por entonces, Bruna Marquezine, adolescente célebre en cuanto se descubrió ese romance) y hasta su hijo, con quien viralizó la imagen comiendo plátanos en burla del racismo en el futbol europeo.

 

En Brasil 2014 confirmó dos cosas: la primera, que sí está a la altura de ser el líder y crack de la selección verdeamarela; la segunda, que sin él Brasil es inofensivo. Tras su lesión frente a Colombia en cuartos de final, el país lloró y el equipo naufragó.

 

A muchos nos costó admitirlo, pero si hay un sustituto en el planeta futbol al duopolio Lionel Messi-Crstiano Ronaldo, es este brasileño de escasos veintitrés años. Tan pronto, más de 200 goles anotados y ya en ruta a ser el máximo artillero en la historia de esa sagrada casaca amarelinha (por delante sólo cuatro monstruos de la dimensión de Pelé, Ronaldo, Romario y Zico).

 

En la Copa América, en la que enfrentará a su gran cómplice barcelonista Lionel Messi, será además capitán de su selección. Brasil le implora: por su glorioso pasado, por lo que pueda venir, por su presente que, bien sabemos hoy, corresponde a Neymar Junior…, y a su permanente, incisiva, frenética actividad en redes.

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