Esa vieja vocación tan futbolera a asomarse al precipicio, especie de adicción a la adrenalina, afán de vivir siempre en riesgo: ceder a cada minuto otro par de metros, tirarse atrás, olvidarse del balón y concentrarse en el reloj como si su simple contemplación implicara que el marcador no se moverá.

 

Si algo sabe el Real Madrid hoy, es que su verdugo Juventus de ninguna manera era superior: no en lo colectivo ni en lo individual; no en lo físico ni en lo técnico. De hecho, en buena parte de la eliminatoria eso quedó claro, pese a que en la ida los blancos se empecinaron en dar ventajas y en el arranque el segundo tiempo de la vuelta de plano tomaron una siesta. Dirá algún psicólogo que eso es síndrome de perdonavidas; responderá algún guionista de Hollywood que más bien lo es de héroe de película que de saberse tan bueno, no liquida al villano cuando lo tiene a mano.

 

Foto Lati_AP

 

Cada que el Madrid empujó y abrió la mente, generó peligro. Pero cada que notó lo peligroso que podía ser, se extravió en esa suficiencia, dio vida a su rival, como si éste fuera algún equipo de medio pelo de una liga desconocida y no el gigante tetracampeón de Italia.

 

Como en toda relación entre dos fuerzas opuestas, son dos los movimientos que propician que de pronto un equipo espere y el otro adelante. ¿Qué fue primero: que el Madrid se echara atrás o que la Juve presionara arriba? Muy posiblemente, las dos y casi de forma simultánea, pero con una diferencia: que los blancos tienen demasiados recursos como para dejarse recular, recapitulación en una guerra de la que no se enteró el rival.

 

El Madrid vio que el precipicio estaba a un paso, saboreó el aliento bilioso… y siguió hacia atrás, pospuso un segundo gol que implicaba vivir en paz, casi asegurar Berlín y el clásico en Final europea. Para cuando Álvaro Morata anotó al 55, justo 10 minutos después del inicio de la siesta, todo era tan diferente y la portería rival quedaba tan lejos.

 

Oportunidades todavía tendría, pero contundencia no; en el futbol como en la vida, no es cuando se quiere sino cuando se puede, y para cuando los merengues quisieron ya nada era posible.

 

Se cerrará otro ciclo en el Santiago Bernabéu. Acabará una temporada limitada a los dos títulos conquistados en la segunda mitad de 2014 (Supercopa europea y Mundial de clubes). Muy posiblemente Carlo Ancelotti dejará el cargo, lo mismo que algunos futbolistas medulares del previsible futbol en el que se empecinó, rutina plagada de elementos fichados por hacer algo pero para hacer otra cosa (el mejor organizador de Alemania para poner pulmón y el mejor diez del Mundial para poner músculo; el mejor carrilero de Inglaterra para extraviarse y el mejor central del mundo para suplir a un volante lesionado).

 

El clásico Madrid-Barça en Final de Champions otra vez no será, el duelo entre Lionel Messi y Cristiano Ronaldo con una copa orejona como premio, tampoco. Clásico europeo que hoy luce como el clásico del nunca jamás: hace dos años no llegó ninguno; el pasado, fue el Madrid; ahora, es el Barcelona.

 

Inmenso mérito de esta luchona Juve, con dos puntuales veteranos (Buffon y Pirlo), una defensa muy aplicada, un Arturo Vidal que vale por dos y unos delanteros que optimizan lo que les cae.

 

La Final no es la esperada aunque sí será sensacional. Quien dé por hecho un fácil triunfo blaugrana se equivoca. Esta Vecchia Signora nada lo deja fácil, porque parece menos en casi todo; no así, en fe.

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