Más allá de si es justo, más allá de si tiene sentido, más allá de cuánto representa económicamente, más allá de cuánto contribuye a beneficiar a nuestro futbol, si algo reprocho al sistema de competencia del futbol mexicano es haber convertido en gris rutina la mayor parte del certamen, al grado de que ni siquiera es necesario ganar con relativa constancia para ser campeón.

 

Tras cuatro meses de sopor e inconsistencia, diecisiete jornadas de muy poco, este miércoles por fin arranca la Liguilla.

 

Fotro Lati_ Cuartoscuro

 

Con un líder que por primera vez en siete años sumó menos de 30 puntos y con una diferencia de cinco unidades entre los primeros 12 clasificados, el futbol mexicano puede presumir como ninguno otro su competitividad, moneda cuyo lado inverso es la inocultable irregularidad.

 

De los ocho calificados a la Liguilla, todos menos el Veracruz vivieron momentos de dudas y criticismo. Querétaro sufrió un cambio en su conducción; América, Atlas, Pachuca y Santos, llegaron a ver cuestionada la continuidad de sus respectivos directores técnicos; Chivas pasó momentos de severo peligro de descenso, incluida la derrota a manos de Puebla que remedió a 10 minutos para el final; Tigres estuvo realmente enfocado en la Copa Libertadores y fue superlíder casi por default. A eso debemos añadir que el mejor equipo de la primera mitad del Clausura 2015, el Tijuana, perdió suficiente gas para ni siquiera calificar.

 

Los promedios de puntos cosechados de los ocho que aspiran al título van del 56 al 49%. Por poner paralelos europeos a ese nivel de efectividad, Barcelona encabeza el futbol español con 0.83 de los puntos disputados; Chelsea es campeón de Inglaterra con 0.77; Bayern ha dominado la Bundesliga con 0.79. Por tomar referencias sudamericanas, Boca es líder en Argentina con 0.77 y Cruzeiro se coronó en Brasil con 0.70

 

Por contraparte, es de destacarse que en México casi toda afición festeja tarde o temprano un título y que prácticamente todos experimentan lo que es jugar por la gloria. Eso ya lo quisieran las ligas del mundo, con la mayoría de los conjuntos relegados a conformarse con metas menores como meterse a torneos continentales o evitar el descenso.

 

Sin embargo, detrás de esa competitividad es de preocupar la inconsistencia. Difícil habituar al futbolista mexicano a la excelencia si seis derrotas en diecisiete partidos (las sumadas por Tigres) no impiden ser cabeza de la liga. Mientras que en otras culturas deportivas, el jugador se acostumbra a ganar al menos tres cuartas partes de lo que juega, en México no hace falta pasar de la mitad de los puntos peleados. Eso, competitividad al margen, no puede denominarse de otra forma que no sea mediocridad.

 

Viene la Liguilla, se llenarán los estadios, subirán al fin las audiencias televisivas así como los ingresos por publicidad, aunque debemos de admitir una premisa fundamental: que hemos convertido nuestro torneo en un collage de partidos que cada vez importan a menos personas y que cada vez resultan menos relevantes para poder levantar el trofeo.

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