Tan idénticos y tan diferentes. Idénticos en poderío, en hegemonía, en su incapacidad para despertar apatía (quien no les ama a menudo les odia), en sospechosismo por sus vínculos con el poder. Diferentes en posicionamiento internacional, en estructuras directivas, en palmarés mundial, en presupuesto. Tan idénticos y tan diferentes que bien podían haber cruzado sus suertes y vivir uno lo que vivió el otro.

 

Siendo los dos clubes más laureados a nivel local en las grandes ligas europeas, parece casi casual que desde un principio fueran los merengues los dueños de la Copa de Campeones y ni pintaran en esa competición los bianconeri.

 

El certamen nació justo en un instante de vacas flacas juventinas, período de seis años sin conquistar algo que para ellos era (y últimamente ha vuelto a ser) tan rutinario: la Serie A. Se estaba gestando el sensacional equipo del Trío Mágico (Giampiero Boniperti, el argentino Enrique Omar Sívori y el gigante galés John Charles), pero, mientras eso sucedía, eran Milán y Fiorentina los representantes italianos en la naciente Eurocopa de clubes.

 

Finalmente en 1958 los organizadores se frotaron las manos: la Juve se coronaba en su país y podría coincidir en la cancha con el entonces tricampeón europeo, Real Madrid. No obstante, los piamonteses cayeron en plena primera ronda tras recibir un 7-0 del Wiener austríaco que todavía resulta tan inexplicable como bochornoso.

 

De tal suerte que la rivalidad apenas nacería en los cuartos de final de la Copa de Campeones de 1961 (se impuso el Madrid tras un partido de desempate) y que los turineses no añadirían a su extensísima vitrina ese, el título más importante, hasta 1985, final manchada por la tragedia de Heysel.

 

Así llegamos a la Final de la Champions League de 1998 entre los dos titanes. Imposible decir que en ese momento resultara más caro o reluciente el once madridista; más bien, yo diría que aquella Juve era superior con Zidane, Del Piero, Davids, Deschamps, y mayor oficio para tamaña cita. Ese día ganaron los blancos y rompieron una sequía europea de 32 años; de paso colocaron las semillas para otro equipo de época, que ratificaría la máxima jerarquía europea del Madrid.

 

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Este martes se reencuentran estos viejos conocidos en la antesala de la Final de Berlín. Tan iguales en dominio histórico en sus respectivos países, tan distintos en lo que han conseguido imponer a escala europea. La Juve tiene mucho tiempo sin gastar como el Madrid (o como Barça, o como los gigantes ingleses); sin duda se ha rezagado en dispendio y en penetración de mercados emergentes del balón, aunque eso no le ha impedido ganar con comodidad su cuarto título consecutivo en Italia.

 

También ha debido habituarse a recibir menos reflectores en el mundo, con lo que eso implica en dinero: menores ingresos publicitarios, menor cantidad de uniformes vendidos, menos dinero por televisión; la lista Forbes no incluye a la Juventus entre las 50 marcas deportivas mejor valoradas, listado encabezado por el Madrid y cuyos únicos representantes italianos son la escudería Ferrari (del mismo dueño que el cuadro bianconero) y el AC Milán. Sin embargo, sobre el césped es la misma y muy competitiva Juventus; equipo que defiende de maravilla, que optimiza sus ocasiones al ataque, que sabe atraer a la suerte, que siempre ha tenido un genio como Pirlo y un guerrero como Tevez… y que entiende como pocos sus fortalezas/debilidades/oportunidades.

 

Si la Copa de Campeones no hubiera nacido justo cuando la Juve estaba en transición, quizá la historia hubiera sido distinta. Pudo ser unos años antes o unos después, cuando el Madrid no se coronó en España y entonces no habría participado ni empezado un cuento de hadas europeo que, rachas al margen, no termina.

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