No es nuevo que, ante épocas de crisis, se culpe de todos los males al que en algo es o parece distinto: ha sucedido en todo confín del planeta por religión, por idioma, por etnia, por ideología; sucede hoy, otra vez, en Sudáfrica.

 

Escarbo en mis apuntes sudafricanos que después pasaron a un capítulo del libro Latitudes, y me encuentro con estos renglones de 2010 que podían haberse escrito ante los actuales ataques xenofóbicos que ya han desplazado a más de cinco mil inmigrantes, que ya implicaron reacción anti-sudafricana en los países de procedencia de los perseguidos, que ya incluso hacen pensar al presidente Jacob Zuma en habilitar campamentos de refugiados.

 

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“¿Otra vez discriminación en Sudáfrica? Sí. Penoso y recurrente destino del que fue discriminado sólo liberarse empezar a discriminar; tras tanto maltrato y opresión hallar a quien maltratar y oprimir. ¿Decían kaffirs a los negros durante el apartheid? Muchos de ellos ahora llaman despectiva e intolerantemente amaKwerekwere a los inmigrantes del resto del continente: ‘los que hablan kwerekwere’, o sea, ‘a los que no les entiendo’; algo parecido al término ‘bárbaro’ utilizado por los antiguos griegos, con la superioridad que pretende quien lo proclama”.

 

Discriminación a la sudafricana, que en palabra es contra el blanco pero en violencia física sigue siendo contra el negro que llega de otro lugar: el zimbabuense, angoleño, congolés, nigeriano, de donde sea. ¿Hermandad negra? ¿Nación arcoíris? ¿Todos juntos bajo el sueño de Kwame Nkrumah, Julius Nyerere o el propio Nelson Mandela? ¿Panafricanismo? A otro lado con esa cantaleta que sirve para conmovedoras clases de historia, desgarrarse las vestiduras un rato, abrazar al aire y nada más. ¿Nkosi Sikelel´ iAfrika (“Dios bendiga a África”) como clama el himno sudafricano? A estas alturas, imposible creer tan inclusivos renglones; una palabra lacera al provenir de la generación post-apartheid: “afrofobia” en Sudáfrica.

 

País con once idiomas oficiales, aunque parece por demás sintomático que entre ellos no incluyera el de los originales habitantes de ese territorio, los !kung, a la fecha llamados peyorativamente bushmen u hombres de los arbustos, los primeros y eternos segregados. País que presume el haber evitado el baño de sangre más augurado, aunque no así el salvaguardar a quienes arriban de fuera.

 

Recuerdo una iglesia del centro de Johannesburgo que durante la crisis de 2008 (62 muertos y 150 mil desplazados), se convirtió en refugio para extranjeros negros. Cuando la visité, en 2010, seguía alojando de forma permanente a dos mil atemorizados inmigrantes. Regreso a mis renglones de esos días:

 

“Paul Verryn, su pastor, me narraba con desesperación lo acontecido un par de años antes: las mujeres violadas tocando desesperadas a la puerta, los hombres linchados por quienes habían fingido que les darían trabajo, la complicidad policial en muchos horripilantes casos, las hordas sedientas de sangre (o de chivo expiatorio) cercando la iglesia para buscar asaltarla. Brutalidades de las que ha sido testigo y que me dejaron el estómago destrozado de sólo escuchar: creatividad al servicio de la maldad, abrir la mente para ensañarse en la vileza”.

 

Y recuerdo una advertencia de Verryn: que eso se repetiría en cuanto la economía estancara y la cantidad de empleos disminuyera. Hubo un atisbo justo tras el Mundial 2010, aunque lo de las últimas tres semanas ha cumplido lo temido por el pastor excomulgado.

 

Vuelvo a una frase de 1994: Si Ruanda es la pesadilla de África, Sudáfrica representa el sueño. Ojalá, suspiramos tras esta horrible semana. Los inmigrantes que salen por mejor vida hacia el norte del continente, muertos por centenas en el mediterráneo; los que lo hacen hacia el sur, perseguidos y violentados por sus supuestos hermanos.

 

Afrofobia: discriminación a la sudafricana.

 

 

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