Pareciera que la sentencia Bosman fuera asunto reciente, porque tanto clubes como jugadores sólo han aprendido a vivir con uno de los ángulos de la misma y no con todos.

 

El común de los equipos es por demás feliz cuando logra contratar a un futbolista cuyo contrato ha finalizado, lo que implica el ahorro de un millonario pago de traspaso; idéntico caso, el futbolista que accede a un sueldo superior cuando exenta a su nueva institución del desembolso de una transferencia. Situación parecida cuando su contrato está por terminar, lo que da pauta para hacer manita de puerco al equipo vendedor (o sea, orillarlo a aceptar menos por un elemento), a sabiendas de que si se retiene al jugador un año más, éste se marchará sin dejar dinero en caja; sólo así es explicable que el Real Madrid fichara a Toni Kroos a cambio de algo más de veinte millones de euros, insuficientes para adquirir a alguien con esa proyección, edad y categoría.

 

Es el propio Madrid el que hoy siembra dudas con el tema de otro mediocampista alemán; Sami Khedira culmina contrato con la entidad merengue en junio y, de acuerdo a la reglamentación de la FIFA, ya es libre para negociar unilateralmente con quien le plazca. Sucede que durante la semana pasada, acaso una de las más importantes del año en el Madrid por la proximidad del clásico español, Khedira no trabajó por supuestos problemas gastrointestinales, mismos que le impidieron ir a la banca en el vital compromiso frente al Barcelona.

 

Foto Lati_AP

 

Tres días después, el campeón del mundo en Brasil 2014 sí pudo actuar con su selección en cotejo amistoso ante Australia, ocasión que aprovechó para oficializar que se va del cuadro blanco al concluir esta campaña.

 

Sea que el Madrid lo esté castigando por no haber renovado contrato y decidir irse gratis, sea que Khedira se haya desconcentrado o bajado de nivel al saber que en unos meses representará a otra camiseta, una de las dos partes (o las dos) está equivocada.

 

Casos así hemos visto muchísimos. Recuerdo, por ejemplo, el trato que dio el Athletic de Bilbao a su mejor delantero en décadas, como lo fue Fernando Llorente, cuando optó por no prorrogar su estadía en el conjunto vasco: dejó de ser alineado, fue aislado y maltratado.

 

No importa si el futuro de alguien está en otro estadio, el pasado y, sobre todo, el presente, deben de ser respetados.

 

La sentencia Bosman entró en vigor casi dos décadas atrás y logró modificar una de las facetas más vergonzosas del futbol, como lo era que los equipos mantuvieran propiedad sobre un profesional cuyo vínculo laboral había caducado: no se puede vender lo que ha dejado de ser tuyo, lo que remitía a un esquema medieval en plena frontera con el siglo veintiuno.

 

Esa modificación europea primero permeó a Brasil con la llamada Ley Pelé (1998) y luego se globalizó con el reglamento de transferencias de FIFA (2002), aunque en México tuvo mayor resistencia que en cualquier sitio por el denominado “pacto de caballeros” que frena a los clubes de contratar a futbolistas que osen marcharse de donde han decidido no renovar su contrato finalizado.

 

Más allá del extremo caso mexicano, lo de Khedira exhibe la problemática detrás de la sentencia Bosman a tantísimos años de su entrada en vigor: que sólo desea aplicarse el ángulo de la misma que conviene; que todos son felices fichando gratis, pero no dejando a un jugador propio irse gratis.

 

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