“Así no llegaremos lejos”, advertía el técnico Carlo Ancelotti. “Hemos tocado fondo de forma estrepitosa”, admitía el capitán Iker Casillas. “Es una vergüenza”, clamaba Cristiano Ronaldo con el partido por terminar.

 

En el fondo de esas palabras que sonaban a apocalipsis blanco, un equipo que en diciembre parecía haber encontrado su versión más avasalladora, que acumularía 22 victorias consecutivas, que hacía pensar que para todo título reunía sobrados elementos y recursos, que se ratificaba como máxima potencia del planeta.

 

lati AP

 

Ha padecido lesiones, sí, y de suma gravedad. La de Luka Modric ya fue en noviembre y desde entonces resultaba obvio que nada era igual, pero el incontenible Cristiano más el sorprendente revulsivo que fue Isco maquillaban las dudas. Luego brotaron, cual peste, las bajas de Pepe, Sergio Ramos y James Rodríguez en febrero, ya con el barco en franca amenaza de naufragio. Sin embargo, limitar el análisis a esas ausencias resulta simplista. La realidad ineludible es que Ancelotti apostó por un plantel de 12 (los 11 de siempre más Isco), al tiempo que el común de los equipos europeos afrontan cada temporada con no menos de 16 jugadores perfectamente alineables y con nivel suficiente para que el colectivo no se afecte por problemas médicos, de suspensión o bajo nivel.

 

¿Estuvo mal planeado el plantel merengue? Si Asier Illarramendi y Sami Khedira contaban para tan poco para la media de recuperación, si Javier Hernández y Jesé sólo iban a recibir los minutos de desesperación o los autocomplacientes de ir ganando por tres goles, sí: sin duda está mal planeado ese millonario colectivo madridista. Ancelotti ha de saber tras tan dilatado como exitoso andar, que una competente banca gana campeonatos, resuelve lo trabado, saca adelante cuando los recursos estelares no bastan.

 

Las lesiones son parte de todo deporte, pero más en uno de contacto como el futbol, y tarde o temprano han de llegar. Mientras tanto, se ha de gozar de los cracks y dosificar en lo posible su concurso, así como tener variantes (tan distinto a ese predecible once, aderezado con el espeso término de “innegociables”).

 

El Real Madrid puso un pie en el vacío europeo y contempló con angustia, mas no con capacidad de reacción, el despeñadero. Quedó a merced de un rival que ni siquiera logrará representar a la Bundesliga en la próxima Champions. Se comió cuatro goles en casa ante la impotencia, que no hay otra palabra, de sus hombres de abajo. Convirtió en avenidas todo lo que representara un elemento del Schalke corriendo con el balón. Temió tanto ser eliminado que por insistencia o paranoia casi hace realidad esa pesadilla. Sin futbol ya había jugado, pero sin confianza, pocas veces a esta dimensión.

 

Si la meritocracia es fundamental para que una sociedad sea sana, resulta todavía más elemental para que un equipo funcione, y ese valor es ajeno hoy al Madrid. La mayoría sabe que por condescendencia o por falta de fe en los suplentes, su sitio está garantizado en el once, cosa por demás peligrosa.

 

El campeón está en Cuartos de Final y es sublíder en España. Sigue teniendo a mano remediarlo todo. No obstante, antes serán necesarias sólidas terapias y modificaciones: tácticas, físicas, mentales, morales, casi diría yo, místicas, porque este Madrid no cree ni se la cree.

 

A lo que sigue, a ver cómo, a ver si con el retorno paulatino de sus lesionados.

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