En tiempos de fundamentalismos no es fácil conceder que sea posible ser dos cosas o vivir dos facetas; mucho menos, tener la tolerancia para admitir que alguien pudo desear algo políticamente, como la soberanía de Escocia, sin que eso refute representar deportivamente a la Gran Bretaña. ¿Falta de coherencia? No, más bien falta de sentido común en quienes se limitan a criticar o juzgar.

Foto Lati

El tenista Andy Murray tuvo la valentía de hacer pública su postura a favor de la independencia escocesa el pasado 18 de septiembre, cuando se efectuó el referéndum que más cerca ha estado de escindir a una de las cuatro Home Nations (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte) del Reino Unido. Así como otro célebre escocés del deporte, Sir Alex Ferguson, hizo campaña a favor del “no”, el raquetista externó en redes sociales su idea de votar por el “sí”.

 

Finalmente, y por muy escaso margen, no hubo separación, pero de inmediato Murray se vio sometido a muy pesados reflectores. Este fin de semana Gran Bretaña enfrentó a Estados Unidos dentro de los Octavos de Final de la Copa Davis. Con Andy y su hermano Jamie, pero también con otro escocés como capitán del equipo (Leon Smith), los británicos se impusieron. La serie se efectuó en Glasgow, donde los boletos se despacharon a una inusual velocidad. Ante los interrogatorios previos, Andy no permitió que se cuestionara la forma en que representa con raqueta a la bandera británica.

 

De hecho, una fotografía ha quedado como legado del enfrentamiento tenístico de este fin de semana: la de los jugadores que conforman al equipo británico de Copa Davis sosteniendo la denominada Union Jack, como se conoce a la bandera del Reino Unido. Ese lábaro que logra yuxtaponer en una poderosa fisonomía tres cruces (la de san Jorge, patrón de Inglaterra; la de san Patricio, patrón de Irlanda; y la de san Andrés, patrón de Escocia) y cuyo diseño se llegó a cuestionar un semestre atrás, cuando se especuló cómo podría rehacerse de separarse los escoceses.

 

En Glasgow, puerto escocés por cuyas venas circulan los más polémicos debates pro y anti británicos (como muestra, la rivalidad Celtic-Rangers), se dio la doble victoria de Murray que implicó la calificación a la siguiente ronda. En el fondo, una reflexión que no habría ser tan complicada: es válido tener una posición política, como Andy la tuvo, y seguir jugando para el único país al que le es posible representar (porque en tenis, vale la pena recordar, no existe la concesión especial del futbol para que cada Home Nation conforme su propia selección). Algo así como la imagen de Carles Puyol y Xavi Hernández festejando el título mundial en Sudáfrica 2010 con la bandera catalana: es posible representar a España y acaso desear al mismo tiempo la independencia o mayor autonomía catalana.

 

Murray ocupa un pedestal especial en el deporte de estas islas. No sólo conquistó el oro en Londres 2012, sino que en 2013 se convirtió en el primer británico en ganar Wimbledon tras 77 años de triunfos foráneos. Ese día, el líder nacionalista escocés, Alex Salmond, ondeó la bandera escocesa en el sagrado complejo londinense, al tiempo que la mayor parte de las gradas lo festejaba elevando la británica. ¿Triunfo para los dos bandos? Según se vea, pero, por lo visto y puestos a colgarse de las glorias de un tenista en un deporte individual, sí (igual podían los británicos decir que Murray no los representaba –como hicieron muchas veces cuando cayó eliminado con prontitud– o ya podía protestar Salmond al tratarse de un deportista que ha defendido muchas veces a la Gran Bretaña).

 

Ninguna gravedad. Murray juega tenis y en la Copa Davis la única unidad política para la que puede jugar es la Gran Bretaña. Ni más ni menos.

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