Vuelve a ser el torneo de la ilusión, del mostrarse en la gran vitrina, del probarse capaces, del refrendar la madurez y el oficio que nuestro futbol ya tiene, del acudir a las mayores canchas del continente a imponer nuestro futbol, del estar a la altura de lo que gasta y supuestamente vale nuestra liga. Vuelve a ser la Copa Libertadores de la que nos enamoramos unos años atrás. Vuelve después de varios años.

 

Hace dos semanas llenaba este espacio con palabras de pesimismo por la eliminación del Morelia en la ronda previa a la Copa Libertadores y por la derrota atlista en casa a manos del Independiente de Santa Fe colombiano. En aquel momento, y con los antecedentes de apatía del club Tigres en relación con este certamen, no había demasiado bueno que esperar.

 

Foto Lati_AP

 

Afortunadamente en pocos días hay argumentos para efectuar consideraciones distintas. Desde entonces el Atlas fue a Belo Horizonte a vencer al Atlético Mineiro, que no caía como local en Libertadores desde 1978, y ahora los Tigres hicieron un partido inteligente en el Monumental de River Plate para regresarse a Monterrey un valioso punto.

 

Siempre peligroso en ataque, concentrado a lo largo de todo el partido, sin inmutarse en la olla a presión que ese estadio supone para todo visitante, con formidable intensidad, arropado por mil seguidores que ratificaron por enésima vez lo especial que es la afición tigre, el conjunto felino hizo suficientes méritos para salir vivo de Buenos Aires, sin olvidar un ingrediente indispensable en este tipo de competiciones: aprender a sufrir (lo que incluye la necesaria cuota de fortuna, como el disparo argentino al poste en tiempo de compensación).

 

Un empate que representa aumentar exponencialmente las perspectivas de calificación a la siguiente fase, pues se trataba, ni duda cabe, del emparejamiento más difícil de los seis de la ronda de grupos.

 

Tigres ha abierto muy bien la Libertadores y eso nos permite recordar la racha de seis años en los que todo club mexicano se metió al menos a octavos de final, la época de las tres semifinales de América, del subcampeonato cruzazulino y el chiva, de las goleadas a Boca y Flamengo.

 

Desde que el Guadalajara accedió a la final (2010), nuestros cuadros sólo han llegado un par de veces a cuartos de final (Jaguares en 2011 y Tijuana en 2013). Todo lo demás, ha sido un fiasco. Eso tiene que cambiar y la actuación del plantel dirigido por Ricardo Ferretti da pauta para pensar que llegó el momento.

 

Hablamos del segundo certamen más relevante del planeta a nivel de clubes y de la tristeza que supone subestimarlo. Tigres y Atlas (el primero con mayor éxito) han demostrado que lo toman con seriedad. Y los resultados ahí están con esa salida invicta del Monumental.

 

Por eso vuelve a ser la Libertadores a la que tanto nos ilusionó ingresar en 1998, ese idealizado torneo del que década y media atrás nos habíamos enamorado, ese trofeo que era (y tiene que ser) prioridad por encima de todo.

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