La primera reacción de mis amigos cuando les digo que conocí a mi novia en Tinder es de sorpresa e incluso temor. No faltan las estúpidas bromas relacionadas con el tráfico de órganos y los prejuicios que sugieren que sólo se trata de algo casual y sin relevancia. Podría decir que bajé la app por “mero interés antropológico”; es decir, pura curiosidad y, más que nada, morbo.

 

Acababa de terminar una relación relativamente larga y no había nada que perder. Al igual que mis amigos, pensé que si habría de suceder algo, sería intrascendente y efímero. Sin embargo, la primera chica que conocí más allá de la pantalla de mi celular se convirtió en mucho más que un encuentro fortuito.

 

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