En la estética contemporánea la imagen es más poderosa que la realidad burocrática; no es mala idea desmembrar a la troika pero no por su inexistencia se borrará una deuda que supera los 300 mil millones de euros.

 

Si la demagogia es el arte de recrear mundos paralelos en los cerebros de la masa, la troika es el despertador de Alexis Tsipras. Romper con el paradigma no es imposible, lo difícilmente realizable es borrar un déficit público equivalente al 173% del PIB.

 

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Tsipras ha abierto el cuarto de máquinas del modelo Merkel por lo que hay que estar agradecido, pero la seducción política es tan irresponsable como pedir la condonación de la deuda al mismo tiempo que decretar un incremento de sueldo. Los laboratorios de la demagogia política en nada se parecen a los de la economía. Los primeros pertenecen a naturalezas como las de parques temáticos tipo Disney mientras que los segundos se asimilan a los bancos centrales donde a la fantasía se le sitúa como magia proveniente de un fanatismo de la peor secta.

 

Las externalidades positivas de la llegada de Syriza al poder son dos: rompe con el bipartidismo del centro ideológico y demuestra una sintonía con la política expansiva Mario Dragui (Banco Central Europeo), ya que dos días antes de las elecciones griegas el BCE anunció el ingreso al mercado monetario de más de un billón de euros a lo largo de los próximos 15 meses, lo que echa abajo la teoría de incompatibilidad de los gobiernos político (de Grecia) con el económico (de Europa).

 

La ruptura del bipartidismo se traduce en un fuerte sismo que resquebraja su arquitectura centrista no sólo en Grecia sino en toda Europa. No existe mayor comodidad que la que otorga el centro ideológico. Afincar los programas ideológicos en esa zona ha representado para muchos partidos europeos un conjunto de victorias. Sin embrago, la economía no sabe de comodidades. Desde la ciudadanía, la pérdida de poder de compra siempre detona el señalamiento hacia los gobiernos como principales culpables: corrupción, falta de creatividad, ausencia de rendición de cuentas y discrecionalidad en la producción de políticas públicas. Ni modo. La factura es grande. En el caso de Grecia ya la pagó Pasok hace cuatro años y el domingo pasado le tocó a Nueva Democracia hacer lo propio. Ambos partidos centristas ya quedaron fuera de órbita.

 

Tsipras tiene frente a él la siempre difícil tarea de embonar la demagogia con la realidad. Seis medidas inmediáticas a su victoria revelan una actitud inconsistente con la realidad de Grecia: eleva el salario mínimo de 580 euros (10,440 pesos) mensuales a 751 euros (13,518 pesos), cifra superior a la de países rescatadores como España; un plan de 12 mil millones de euros en subsidios (cuando sabemos que los desayunos gratis no existen, alguien los termina por pagar); reapertura de la televisión estatal que fue cerrada en 2013 (¿es prioritario el regreso de las pantallas del gobierno?); y el plan para recontratar a servidores públicos (hace cinco años la crisis en las finanzas públicas se acentuó porque cuatro de cada 10 griegos trabajaban para el Estado), entre otras decisiones.

 

En el principio la política europea era verbo hasta que Hitler la introdujo a un laboratorio eugenístico. Para desmontarlo, nació la idea de una sola Europa. Con ella dejarían de existir las guerras. Con la excepción del conflicto de la antigua Yugoslavia, la Unión Europea ha cumplido. Ahora, la troika es el alma del modelo Merkel: un modelo que castiga a los derrochadores. Lo cumplió durante la etapa cruda de la crisis. Rodeados de la amenaza destructora de la deflación, Dragui tuvo a bien introducir dinero al circuito europeo. Nadie lo ve como enemigo de Merkel. Los economistas logran esconderse entre sus datos pero lo políticos son por sus palabras.