Una de esas películas a las que les sobra una hora de duración y cuyo final de antemano ya se conoce; una de esas historias a las que se añaden capítulos en un afán de sacar mayor provecho comercial; una ceremonia espesa en donde la FIFA juega por momentos a ser glamorosa, por momentos a ser filántropa (esa manía blatteriana de hacerla parecer ONG), aunque, en todo caso, sólo consigue ser tediosa. En eso se ha convertido la gala en la que se distingue a las mejores individualidades futbolísticas del año anterior.

 

No todos estaban de acuerdo con que Cristiano Ronaldo ganara el Balón de Oro, aunque la abrumadora mayoría sabía que, al margen de opiniones o preferencias, el premio sería para él. Ya habíamos tenido suficiente tiempo y llenado suficientes páginas en el debate sobre las injusticias que persiguen a los porteros (el último y único en ganarlo fue Lev Yashin en 1963), sobre lo hecho por Lionel Messi en estos últimos 12 meses, sobre el escaso reconocimiento a escala personal a los campeones del mundo alemanes, sobre el opaco desempeño del 7 portugués –lesionado– en Brasil 2014 y la final de Champions.

 

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Quizá por ello los principales encabezados derivados de la Gala han tenido que ver, más que con la soporífera premiación, con dos interpretaciones de una declaración similar; en la conferencia de prensa previa, Cristiano Ronaldo dijo: “¿Retirarme en el Real Madrid o un nuevo reto en el futuro? Sólo Dios lo sabe, pero yo estoy muy contento en Madrid y acabo de renovar”; al tiempo, Lionel Messi respondió: “No sé qué va a pasar, si voy a jugar algún día en Newell’s o no, no sé dónde voy a estar el año que viene, siempre dije que me gustaría terminar mi carrera en el Barcelona y luego jugar en Newell’s, pero como dijo Cristiano recién, uno nunca sabe lo que va a pasar y mucho menos en el futbol que da tantas vueltas y pueden pasar tantas cosas”.

 

Los dos utilizaron la recurridísima frase futbolera de “uno nunca sabe”, aunque en el caso de Cristiano los medios resaltaron el “estoy muy contento en Madrid” y en el de Messi el “no sé dónde voy a estar el año que viene”.

 

Más allá de esa evasión de contexto, un detalle interesante: que tras tantísimos años de compartir y pelear podio ignorándose, los absortos titanes parecen haber aprendido a interactuar. Cristiano explicó que le gustaría jugar con Messi y generó risas al decir al argentino “¿quieres contestar?”, a lo que siguió el 10 con un “sí, obvio, siempre me gusta jugar con los mejores y él es uno de ellos”.

 

El resto es frívolo como la gala misma: el traje de Messi que remitió al de Willy Wonka en la “Fábrica de chocolate”, los escotes de las acompañantes de los jugadores, las reacciones a lo que lentísimamente transcurría sobre el escenario, la atractiva maestra de ceremonias británica.

 

Lo que importa, que Cristiano tiene ya tres Balones de Oro, con los que alcanza a figuras como Michel Platini, Marco van Basten y Johan Cruyff, quedando sólo detrás de los cuatro conquistados por Messi. Es decir, lo que ya sabíamos antes de esas dos horas pegados al televisor.

 

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