Siempre la vida se encarga de ofrecernos lo que necesitamos para crecer, tomarlo o no depende de nosotros. La forma como nos acomodamos a lo que nos toca vivir a lo largo de esta existencia es nuestra elección, de nosotros depende cómo elijamos vivirlo y experimentarlo.

 

Sin embargo, aun cuando nos llegamos a “equivocar” en nuestras elecciones existen lecciones detrás de esas equivocaciones, pero sólo si queremos verlas las veremos y aprenderemos de ellas. Es así como se enriquece nuestro ser, nos sensibilizamos y nos hacemos más humanos frente a nosotros mismos y frente al dolor de los demás. Creo que es importante tener en cuenta que, en general, todos queremos evitar el dolor en nuestras vidas, aunque de hecho este es un ingrediente que siempre está presente en ella. Nos guste o no, lo intentemos bloquear o reprimir, el dolor es parte de la experiencia de vivir. Si ciertamente supiéramos que entre más nos alejamos del dolor más lo ahondamos no le huiríamos tanto, ya que cuando se vuelve a aparecer llega con mayor intensidad, en ocasiones más virulento, por ello hay que darle un espacio de reconocimiento y aceptación a éste como parte de nosotros, de nuestro ser interno que, a veces, ha sido muy herido.

 

Vivir la vulnerabilidad no nos hace más débiles, al contrario, nos fortalece como seres humanos que somos y como tales también sufrimos y lloramos por nuestras heridas no sanadas y nuestras pérdidas. De hecho, es saludable y recomendable entrarle al dolor y aceptar nuestra vulnerabilidad, cuyo territorio está cubierto en ocasiones por el miedo, la tristeza, el abuso, la impotencia, la vergüenza y todo aquello que haya causado nuestras heridas, que son siempre tan parte de nosotros, de nuestra intimidad más guardada y más sensible que nos trastoca el corazón y en ocasiones el alma.

 

Es humano sentirnos tristes, es humano sentir que el dolor nos puede acabar, sin embargo, esta idea es algo creado por la mente que se quedo con la experiencia infantil de la herida inicial que ya no es real ya que tenemos otros recursos y fortalezas en nosotros para enfrentar ese dolor y ese miedo. Lo que si puede acabar con nosotros es no aceptar que esas heridas tienen que ser tocadas y limpiadas lo más profundamente posible para ser sanadas, sino corren el riesgo de pudrirse y pudrirnos el alma.

 

Es de valientes aceptar que estar en ese espacio de vulnerabilidad no nos aleja de nuestra fortaleza, al contrario nos acerca más a nosotros mismos, sin tener necesidad de ocultar lo que somos y lo que nos duele, no desgastamos nuestra energía en mantener una imagen de intocables e insensibles por miedo a que nos lastimen nuestra herida y nos vulneren, porque si caminamos por la sanación interior no tenemos más necesidad de aparentar nada para nadie, sólo ser lo que somos y entre más aceptemos lo que realmente somos en nuestro centro es mucho más difícil que el otro nos pueda lastimar, ya las heridas estarán sanando, el embate exterior no dañara mas lo que ya no puede ser dañado.

 

El reto aquí es entrar a trabajar con nosotros, con nuestro interior, con nuestros dolores del alma. Y desde donde yo lo he podido experimentar es algo que vale mucho la pena. Esto puede ser un buen propósito e intención para poner en la lista del año nuevo. Y es altamente recomendable.