PLOEGSTEERT. Al costado de un campo cubierto por yerba salvaje, una sencilla cruz de madera sirve como recordatorio de un evento único en la historia del futbol. Y de la humanidad.

 

En la base de la cruz, entre medio de una corona de amapolas, hay varias pelotas y emblemas de equipos, todos para recordar la Tregua de Navidad de 1914, de lo que se cumplen hoy 100 años.

 

Hace un siglo el día de Navidad, enemigos alemanes y británicos salieron de sus trincheras durante la Primera Guerra Mundial e incursionaron en tierra de nadie en unos cuantos lugares en el frente occidental de la batalla, en una tregua extraoficial entre los soldados. Algunos testigos cuentan que lo más sorprendente fue que se jugaron algunos partidos de futbol.

 

“De repente, un Tommy salió con una pelota de futbol”, escribió el teniente alemán Johannes Niemann, utilizando el apodo que daban a los soldados británicos. “Rápidamente se armaron los equipos para un partido en el barro congelado, y los Fritzes (alemanes) vencieron 3-2 a los Tommies”.

 

Si bien no todos fueron partidos, los diarios de otros soldados y reportes de la época también mencionan que se patearon algunos balones entre los enemigos.

 

“Había una multitud entre las trincheras. Alguien sacó una pequeña pelota de goma, así que por supuesto empezó un partido de futbol”, escribió en su diario el teniente británico Charles Brockbank. Su diario forma parte de una exhibición en el Museo Nacional de Fútbol en Manchester.

 

Los amantes de este deporte apuntan a ese día como prueba histórica de que el fútbol es una de las pocas cosas que puede zanjar las diferencias entre las personas.

 

La tregua se le ocurrió a un joven inglés, Willie Loasby y lo propuso a los alemanes mediante un carta del 23 de diciembre. La respuesta fue inesperada. Según las crónicas de la época, el bando germano empezó a adornar con pinos sus trincheras y a cantar “Noche de paz”. Los ingleses les siguieron.

 

Loasby salió de la trinchera británica al día siguiente, sin armas, y no fue abatido. Llegó hasta el lado alemán y le obsequiaron cigarros y chocolates. Ambos bandos compartieron comida, jugaron futbol y enterraron a sus muertos sin la lluvia incesante de balas.

 

Después, la tregua terminar y las manos que se había estrechado, volvieron después de Navidad, a su oficio de matar.

 

“¿Cómo podíamos resistirnos a desearnos feliz Navidad, aunque inmediatamente después nos saltáramos otra vez a la garganta? Así empezó un denso diálogo con los alemanes, las manos siempre dispuestas en los fusiles. Sangre y paz, odio y fraternidad: la más extraña paradoja de la guerra”, escribió a su madre el soldado inglés Frederick W. Healt.  (Con información de AP)