Que el futbol mexicano tiene un problema de identidad no es algo novedoso.

 

Certamen que se desarrolló entre dos campos de influencia un tanto opuestos: por un lado, el modelo clásico del común de las competiciones de liga del mundo, consistente en coronar a quien hace más puntos al cabo de los partidos todos contra todos como local y visitante; por el otro, el del deporte estadounidense que añade a la campaña regular una fase posterior en la que se da una especie de borrón y cuenta nueva.

 

Francamente, nunca he leído a algún analista o columnista especializado en futbol americano, beisbol, baloncesto o hockey, lamentar la “injusta” iluminación de quien arribó con “más méritos” a la post-temporada. Por citar un ejemplo, en 2007 los Patriotas de Nueva Inglaterra lograron terminar invictos, pero luego perdieron el Súper Tazón ante unos Gigantes de Nueva York que venían con marca de 10 ganados y 6 perdidos; entonces el discurso se centró mucho más en la épica, en el factor sorpresa, en lo impensado, incluso en “sospechosismo” por supuestos amaños, aunque de ninguna forma en restar crédito a los nuevos campeones o en llamar a la NFL una organización que propicia la mediocridad.

 

Mexico Soccer_Ramí

 

En ese sentido, la Liguilla del futbol mexicano tiene esta vez clasificados a semifinales a los dos primeros de la tabla más el cuarto y el sexto. ¿Y cuál es la crítica? Que tres de ellos se metieron a esta antesala de la final con marcador global empatado, bondad que concede el sistema a quien culminó mejor ubicado en la tabla. Más allá de si la propuesta de Antonio Mohamed fue conservadora, defensiva, poco audaz, parece contradictorio que nos quejemos del beneficio al que hizo una mejor temporada cuando a menudo nos quejamos del beneficio al que hizo una mala.

 

Acaso si Pumas y Pachuca (octavo y séptimo, respectivamente) estuvieran en Semifinales, el debate giraría en relación a sus inconsistentes desempeños durante el pasado semestre –prueba de lo cual los Tuzos han cesado este lunes a Enrique Meza y los Pumas hicieron lo propio con José Luis Trejo ya tras la fecha cuatro. Hablaríamos, sí, de leyes del mínimo esfuerzo y hallaríamos razones para justificar el escaso crecimiento de nuestro futbol.

 

Guste o no, la Liguilla está aprobada unánimemente no sólo por los dueños, sino por los niveles de audiencia televisiva, los bonos pagados por patrocinadores a quienes ahí acceden y los llenos en cada estadio. A mí, francamente, me gusta más el esquema tradicional, sin importar que muchos clubes no tienen demasiado que jugarse a partir de cierta jornada; por algo se le llama en Europa “el certamen de la regularidad”, en contraposición al torneo de copa que sí es a eliminación directa (nueva paradoja de nuestro futbol que ve comercialmente hacia las barras y las estrellas, pero patea el balón a la europea: nuestra Copa Mx sí tiene fase de grupos y sólo es de knock-out en sus últimas tres rondas).

 

Todo lo aquí planteado no exime al gris América de Mohamed o al arriesgado Tigres de Ricardo Ferretti de aseveraciones y preocupaciones futbolísticas, pero han cumplido con su meta, así como la afición del Atlas ya puede olvidar que se consumó una temporada de 31 puntos: son las reglas del juego, aceptadas a priori por todos, y ante ello, nada que discutir.

 

Si en un par de semanas el América es campeón (algo que yo no creo, aunque eso corresponde a otro diálogo), nadie tendrá situación que protestar a Antonio Mohamed…, lo mismo que si el octavo clasificado se hubiera metido a la liguilla de panzazo y tumbara a todos los contendientes.

 

Paradojas de nuestro deporte más popular, achacable a geografía, geopolítica, finanzas o simples carambolas del destino: que jugamos a la estadounidense un deporte que recién unos años atrás empieza a ser del agrado de algunos estadounidenses. Quizá si entendemos eso, sea más fácil comprender por qué cada liguilla arrastra a multitudes de inconformes: por un problema de doble personalidad o, si cabe psicológicamente el término, de personalidad híbrida.

 

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