La ciudad filipina de Tacloban, que quedó arrasada hace un año por el tifón Haiyan, aun está lejos de recuperar la normalidad que tanto ansían sus habitantes. Muchos siguen viviendo en pequeños habitáculos temporales o precarias tiendas de campaña.
 
El súper tifón Haiyan, que se llamó Yolanda en Filipinas, alcanzó la categoría 5, con vientos de hasta 315 k/h. Afectó a 16 millones de personas, fundamentalmente de la ciudad de Tacloban, que destruyó en un 80 %, y de las islas de Leyte y Samar.
 
En las áreas costeras de Filipinas, olas de hasta 7 metros engulleron aldeas enteras, debido a una marejada ciclónica.
 
A su paso provocó en el archipiélago 6 mil 102 muertos, 27 mil 022 heridos, mil 779 desaparecidos y 4 millones de desplazados, además de destruir o dañar un millón de viviendas e infraestructuras.
 
Tras pasar por Filipinas Haiyan arrasó zonas de Vietnam, Taiwán y China.
 

Lentitud en la construcción de viviendas

 
Desde el desastre natural, sólo 400 de las 14 mil 500 casas que tendrán que construirse para alojar a los damnificados de forma permanente han sido entregadas, una Tacloban-Filipinas-tifón-Haiyan-cementerio-escasa cifra que el alcalde de la ciudad, Alfred Romuáldez, achaca a la lentitud inicial del proyecto causada por la burocracia.
 
Por ello, miles de filipinos se han visto forzados a vivir desde marzo en los minúsculos habitáculos familiares de unos 15 metros cuadrados que configuran las viviendas temporales, construidas con materiales ligeros que intensifican las altas temperaturas del clima tropical y proporcionan muy poca privacidad.
 
“Lo pasamos mal aquí, pero lo peor no son las condiciones, sino tener que estar todo el día sin hacer nada porque no podemos encontrar trabajo como antes”, dice a Efe Leslie Cedillo, de 31 años, una de las residentes de las viviendas temporales de Motocross, en Tacloban.
Además, unas 400 familias siguen viviendo en tiendas de campaña, que les fueron entregadas el pasado mes de diciembre y que a duras penas siguen resistiendo el embiste de las intensas precipitaciones que se producen con frecuencia.
 
“Nos dijeron hace tiempo que nos darían una casa permanente, pero aun sigo esperando una llamada, y mientras seguimos durmiendo todos los días con cucarachas y ratas”, menciona Florida Palagar, que reside en el distrito de San José, una de las zonas más castigadas.
 

Decepción de los ciudadanos

 
El sentimiento de muchos de los residentes de las zonas más afectadas es que el Gobierno está haciendo muy poco por intentar que los damnificados puedan recuperar la rutina diaria.
 
El jefe del distrito 52, Noel Martínez, uno de los más afectados de la ciudad al estar situado en la costa, destaca la decepción que sienten los ciudadanos con respecto a la actuación de las autoridades.

“No puedo describir lo lenta que está siendo la asistencia del Gobierno. Repartieron comida poco después del tifón, pero en términos de ayuda para recuperar nuestros medios de subsistencia no nos han apoyado absolutamente nada”, afirma indignado.
 
“Ha pasado ya un año. Esperábamos que el Gobierno nos proporcionara algún lugar en el que refugiarnos y un medio de vida, pero seguimos exactamente igual”, añade.
 
Otros muchos, como Jonathan Ancao, de 36 años, que reside en una de las construcciones temporales en las que se han tenido que refugiar miles de afectados, están convencidos de que la corrupción en el Gobierno es el principal motivo por el que no han podido volver a la normalidad.

Las donaciones

 
“Lo que está claro es que después de haberlo perdido todo, necesitamos ayuda financiera para poder ser independientes otra vez, y lo que no entiendo es cómo no nos ha llegado nada de dinero después de un año con la cantidad de donaciones que se enviaron a Filipinas desde todo el mundo”, explica.
 
Sin embargo, algunos de los residentes de la ciudad poco a poco comienzan a recuperar su medio de subsistencia gracias a programas de financiación como el de Acción Contra el Hambre, que intentan reactivar la economía local entregando dinero en efectivo a más de 3 mil familias de la isla de Leyte, donde se encuentra Tacloban.
 
Es el caso de Armando Epao, de 31 años, que ha podido montar una pequeña tienda de alimentos en el distrito de Basper, a las afueras de Tacloban, con la que consigue mantener a su mujer y a sus dos hijas de 4 y 5 años.
 
“Estoy más contento ahora que antes que el tifón, porque tengo algo que es de mi propiedad, ya no tengo que trabajar en el centro de la ciudad y puedo estar aquí, pasando tiempo con mi familia”, explica Epao.