Jugar en una Selección tiene que ser siempre un derecho y no una obligación; ya si el futbolista ve tal posibilidad como una losa o como un privilegio, es tema subjetivo, pero antes debe de ser él quien decida si acude o no.

 

Lo anterior dicho en relación con la reciente polémica padecida por Franck Ribéry, cuando anunció que se retiraba del representativo francés y Michel Platini amenazó con suspenderlo tres partidos con el Bayern Múnich (a todo esto, el club alemán habrá montado en cólera, toda vez que le paga un generoso sueldo y es quien menos ha de ser castigado). Dicho también, como tiene que ser tras un caso tan mediático y dilatado, en alusión al tema Carlos Vela, que finalmente volverá a una convocatoria tricolor tras muchos años y negativas a hacerlo.

 

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Como punto de partida, necesito establecer que nunca entendí la actitud de Vela, lo que no debe traducirse en que caiga bien o mal. Como complemento indispensable tengo que insistir en que México genera a muy pocos futbolistas con la capacidad del atacante de la Real Sociedad y que alguien con semejante don del desequilibro siempre será de gran aporte en una convocatoria; es desde los botines de elementos como Vela que un cotejo atascado se desatasca, que lo perdido se resuelve, que lo cerrado se abre (al menos así ha sido en su brillante etapa con la Real Sociedad).

 

Planteado lo anterior, creo determinante que se efectúe un cambio inmediato en la forma en que Vela sea percibido o estereotipado. Si lo que se ama y apoya es la casaca verde, este muchacho ha de ser bienvenido; no más aproximarse a Vela como a un traidor a la patria, que esto es futbol y él dio la espalda a un proyecto futbolístico, no a un país (aun recordando alguno de sus excesos como los retuits enviados durante la debacle tricolor a manos de Honduras).

 

De Vela pueden criticarse muchas cosas, pero no su falta de coherencia. Por absurdo o inentendible que parezca su actuar, ha sido un tipo sumamente congruente. Se aferró a una opinión y ni siquiera dio esperanzas falsas a quienes le quisieron convencer; incluso tuvo pauta para hacerlo a poco del Mundial (cuando se integraron los europeos al proceso de Herrera) y reiteró que no, que no era su momento, que ni siquiera había participado en la eliminatoria.

 

Necesita sentirse arropado, sin que ello signifique que deje de ser exigido o sea consentido. Una campaña de linchamiento en su contra no dejará nada bueno. Si se logra que esto sea un borrón y cuenta nueva, la Selección Mexicana tiende a ser la primera beneficiada.

 

El trabajo que Miguel Herrera requiera efectuar al interior del plantel para que su integración no resulte problemática, ya es algo que el técnico nacional (experto en crear buenos colectivos) habrá ponderado y calculado.

 

El punto hoy es que la afición sea receptiva hacia una nueva relación con Carlos Vela. Sin rencores, sin represalias, sin persecuciones.

 

Repito: la selección es un derecho y no una obligación, más allá de lo que Platini y los estamentos quieran estipular. Y ahora Vela ha ejercido ese derecho de estar en ella después de tantos años en que no quiso efectuarlo. Esta historia no tiene que terminar mal. Al contrario: puede terminar muy bien.

 

 

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