Con gran entusiasmo recibió el Comité Olímpico Internacional la noticia de que Naciones Unidas declaró autónomos tanto a este organismo como al deporte en general.

 

Autonomía que hoy se da por hecho, aunque no siempre ha sido así. Apenas tres décadas atrás, la misma ONU intentó controlar el movimiento olímpico al notar lo delicadas que podían resultar esas justas deportivas. En un mundo de paz tan frágil, en plena Guerra Fría, en un contexto de boicots y nacionalismos extremos, se temía por las tensiones derivadas de lo que pasara en estadios, pistas, piscinas, medalleros.

 

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Lo que la ONU no quería admitir en ese entonces es que el deporte por sí mismo nunca es el detonante de un conflicto; más bien, es el vehículo mediante el cual percibimos ciertos rencores, heridas, crisis. Es verdad que, por ejemplo, una guerra comenzó en Centroamérica a consecuencia de lo vivido en una eliminatoria premundialista entre Honduras y El Salvador, aunque el odio ya estaba ahí y el futbol sólo apareció como vía para manifestarlo.

 

Algo parecido podemos decir de los episodios que muchos en Croacia consideran el inicio de su guerra de independencia (un cotejo entre el club croata Dinamo de Zagreb y el serbio Estrella Roja): el futbol fue efecto y no causa, fue síntoma y no enfermedad, como apenas unas semanas atrás, con la problemática que brotó en el encuentro (o desencuentro) entre Serbia y Albania.

 

Desde el principio FIFA y COI se han fortalecido gracias a su postura aparentemente apolítica. Eso les permite navegar a placer, sin nadie que pueda oponerles resistencia, auditarles cuentas, intervenirles procedimientos. Como me dijera unos años atrás el gran Garry Kasparov al referirse a estos dos organismos: “tienen todos los derechos y ninguna obligación”. ¿Ecología? ¿Derechos humanos? ¿Democracia? ¿Compromiso social? Todas ellas nociones relativas cuando se relacionan con Mundiales u Olímpicos.

 

Y entonces vemos regímenes atroces legitimados, y entonces notamos permisividad hacia comportamientos inadmisibles, y entonces contemplamos que es posible cerrar un ojo mientras se abre el otro: es imprescindible que el deporte sea autónomo, pero a cambio de eso tiene que existir máxima responsabilidad, lo cual nunca pasa.

 

Tras la particular resolución hecha por la ONU, Thomas Bach, titular del COI, declaró: “el deporte es realmente la única área de la existencia humana que ha alcanzado una ley universal, pero para aplicar esta ley universal mundialmente, el deporte tiene que disfrutar de una autonomía responsable. La política debe respetar la autonomía deportiva”. Una palabra dicha por el propio Bach, pero a menudo irrespetada por el deporte: responsabilidad.

 

¿Cambia algo con la resolución de Naciones Unidas? No, porque sin necesidad de que se dijera, el COI funciona con un nivel de libertad casi total; de hecho, ha tenido desde 2009 status de “miembro observador” en la ONU.

 

En todo caso, es un blindaje adicional para poder realizar lo que se desee sin temer vetos o intervenciones. Y eso vale demasiado. Tanto, que quizá sea la coyuntura definitiva para alejarse de toda obligación y limitarse a disfrutar de todos los derechos. ¿Autonomía? Quizá libertinaje.

 

 

 

 

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