Curiosos e inexpugnables los momentos del futbol. Cuando los cracks del Real Madrid volvieron de su primer llamado a selecciones nacionales tras la Copa del Mundo, el equipo era un lío; las salidas de Ángel di María y Xabi Alonso lucían insustituibles, los recién llegados batallaban para cumplir con los roles que les habían sido asignados, el equipo parecía denso, se convertían en tormenta unas declaraciones de Cristiano Ronaldo (“si yo mandara, igual no lo hacía así”), las gradas del Bernabéu abucheaban al capitán Iker Casillas y los resultados escapaban sin remedio.

 

Para ese momento, justo al disputarse la jornada 3 que incluyó la derrota merengue a manos del Atlético en el derby, el cuadro dirigido por Carlo Ancelotti se asemejaba poco al que vapuleó al Bayern en la pasada Champions League; por entonces, se filtró (o inventó) su confesión hecha en la reunión de directores técnicos previa al arranque de la Liga de Campeones: “Hay que volver a ensamblar el equipo, estoy dándole vueltas”. Ya se había diluido un título (la Supercopa española, también contra los colchoneros) y se sumaban dos caídas en apenas tres partidos de liga, racha como para renunciar prematuramente a la carrera liguera.

 

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Todo lo anterior, contrastado con un Barcelona inexpugnable en defensa (no recibiría gol hasta su noveno cotejo) y eficaz con la consecución de 22 de los primeros 24 puntos, que convertían a Luis Enrique en el entrenador con mejor inicio en la historia del club.

 

De pronto, en escasas semanas, las historias se invirtieron. Ahora el de la crisis es el cuadro catalán, con dos reveses al hilo, y el de la euforia es el otrora criticadísimo Real Madrid: once victorias seguidas (entre liga, Champions y Copa del Rey), con un promedio goleador que, de sostenerse, demolería todo registro del pasado.

 

Para que eso sea posible ha resultado determinante el aporte de Cristiano Ronaldo, ratificando a cada minuto de juego que hoy por hoy es el mejor del planeta, pero, goles más goles menos del portugués, eso no es novedad. Lo verdaderamente sorprendente, es la fulgurante evolución de James Rodríguez.

 

Confundido en sus primeras actuaciones con la casaca blanca, apesadumbrado por actuar tan lejos del área rival, sofocado en tareas de recuperación que nunca dominó, comparado con un futbolista de corte muy distinto (como lo es Ángel di María), juzgado con base en los 80 millones de euros que costó, el colombiano recordaba poco al astro que hizo sonreír a Brasil 2014. Ni liderazgo, ni cadencia, ni distribución, ni gol, ni mucho menos baile.

 

¿Había sido engatusado Florentino Pérez? ¿Sobrevaloró a una estrella tan fugaz como el Mundial?

 

Sin embargo, esto es de momentos, y la mejor versión de James ha emergido sin mayor demora; el primero de los dos goles que anotó al Granada, remitió al más bello del Mundial, efectuado a Uruguay en octavos de final: la volea perfecta, el balance del cuerpo, la técnica de golpeo, la ejecución impecable.

 

En resumen, que el Madrid ya disfruta de James (el de Brasil 2014, aunque así de pronto mejorado y más completo), al tiempo que Carlo Ancelotti tendrá que volver a hallar la cuadratura al merengue: porque Gareth Bale está listo para regresar tras su lesión y ahora no se concibe la alineación sin el aporte de Isco, quien, a su vez, libera importantemente a James.

 

Cuestión de ensamblaje, cuestión de darle vueltas, diría Ancelotti. Entre una y otra cosa, el Madrid ha alcanzado el liderato sólo siete semanas después de haber sido declarado en quiebra futbolística.

 

 

 

 

 

 

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