Lo que parecía una mala racha acaso más bien sea una nueva y cruda realidad: que la selección que inspiró, dominó, emocionó, arrasó y cautivó entre 2008 y 2013, hoy es derrotable casi por cualquiera. Si Roma cayó o, en términos deportivos, si Muhammad Ali conoció la lona, tampoco sería para extrañarnos, aunque ese mismo semblante de Cassius Clay al descubrir lo que se siente caer y no poder levantarse (o supongo que de los romanos al haber visto tanta grandeza destruida), figura hoy en el otrora hegemónico once de rojo.

 

Es el problema de haber volado tan alto, que toda pérdida de elevación se transforma en turbulencia, y la turbulencia en crisis, y la crisis en desconfianza, y de la desconfianza costará mucho salir al equipo español.

 

españa

 

Ahora perdió ante la esforzada pero limitada Eslovaquia, clasificada 40 del mundo (entre Austria y Cabo Verde), que no se clasificó a Brasil 2014 al haber sido superada por Bosnia y Grecia. Más grave que la derrota como tal, es que apenas a cuatro meses de su debut en Brasil 2014, eso haya dejado de ser noticia: hubo una época en que todos perdían, menos España… Hubo y ya no es.

 

La transición no podía resultar fácil. Sin vectores como Xavi Hernández y Xabi Alonso, por espléndida que sea la nueva generación, iba a costar. Y, para colmo, los múltiples (y muy variados) tormentos psicológicos que abruman a esta selección: si Iker Casillas, quien tras una salvada heroica se comió un gol, debe seguir; si Gerard Piqué desea jugar pese a su catalanismo y voluntad independentista; si es el momento de más jóvenes y de dejarse de revoluciones a medias; y si Diego Costa. Brillante, resolutivo, contundente en el Chelsea, acumula 448 minutos con ese uniforme y no se ha podido estrenar como goleador; Vicente del Bosque, todo prudencia y afán de poner las cosas en perspectiva, no lo dirá, pero muy posiblemente lleve un rato arrepentido por haber suscitado tamaño cisma para vestir al nacido en Brasil con la casaca española.

 

Un vistazo a los nombres que alinea España y el rendimiento que aportan en sus respectivos clubes, es suficiente para extrañarse: Sergio Busquets sigue siendo de lo mejor del mundo en la media de recuperación; Koke es luz para el Atlético de Madrid cada que toca la pelota; David Silva está consolidado como uno de los volantes más desequilibrantes de la Liga Premier; de la capacidad de Iniesta todo lo que se diga sonará a pleonasmo o reiteración; Cesc Fábregas vuelve a ser en Inglaterra ingeniero y artista. Y el apesadumbrado Costa, cuyos remates no quieren entrar, de cuya enjundia, sin embargo, nadie ha de dudar.

 

Luego está la defensa, un problema que España arrastra desde que se retiró Carles Puyol, máxime si Sergio Ramos está lesionado y la incapacidad en ataque obliga a subsistir con menor abrigo (como al final contra Eslovaquia, cuando sólo había en la cancha dos defensas nominales).

 

España juega atormentada por lo que fue y no sabe si volverá a ser. España juega engarrotada por las comparaciones respecto a lo que meses atrás era capaz de hacer. España juega histérica por recuperar en una acción el prestigio que perdió en Brasil. España, esa que basaba sus éxitos en acariciar el balón, en regodearse sobre el césped, en pasarla bien, juega sin disfrutar del jugar… y ese puede ser el punto medular de esta crisis.

 

¿Mala racha que se prolonga o cruda realidad? En definitiva la primera de ellas, pero mientras se alargue dará pie inevitablemente a la segunda.

 

 

 

 

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