El delantero se alimenta de gol, como el artista de creatividad y el financiero de cifras positivas. Eso se les pide, eso se les exige, y a partir de ese mínimo indispensable, lo que se acumule.

 

Eso mismo contribuyó a la llegada de Javier Hernández al Real Madrid: por un lado, su gran efectividad como revulsivo, constatada en su cuota de anotaciones por minuto; por otro, la permanente discusión hacia la figura de un atacante no específicamente goleador como lo es el titular merengue, Karim Benzema.

 

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Contra Ludogorets, en su primer cotejo de inicio, Chicharito se implicó en funciones que no domina del todo: retrasarse, abrirse, sacrificarse, ser parte del juego… y no lo hizo mal. Su empuje en esas acciones de río revuelto, propició el primer penalti, mismo que erraría Cristiano Ronaldo. Al margen de esa acción, tuvo un desborde muy interesante (y atípico en su figura), cuyo servicio estuvo cerca de traducirse en gol.

 

Sin embargo, el problema radicó en ese mínimo indispensable y no excusable, si de quien se habla es de un hombre que juega como nueve: meter el balón. Cuantos méritos había acumulado el mexicano (que no eran pocos), se desvanecieron con esa acción en la que debía cerrar la pinza lanzada por Isco. Se necesitan considerar numerosos factores (si para fallar hay que estar allí, si un mal momento, si la presión), pero la realidad es que ese remate tenía que haberse incrustado en la portería del Ludogorets, lo que hubiese supuesto la ventaja madridista que más tarde –por conducto de Karim Benzema, quien relevó a Javier– se conseguiría.

 

Dicen las crónicas españolas que es el tipo de yerros de los que cuesta recuperarse, de los que persiguen por largo tiempo a un futbolista. No creo que a esa dimensión, o no tratándose de Hernández. Jugador muy fuerte de espíritu y mentalidad que volverá a disponer de ocasiones.

 

No obstante, este miércoles de Champions cierra con la obvia sensación de que algo grande desperdició el dos veces mundialista mexicano. Su único conducto a los minutos, es canalizar lo que actúe (mucho o poco) en productividad ofensiva: ser parte de los goles, pero, sobre todo, hacerlos.

 

Algo más de concentración y técnica adecuada para empujar esa pelota, y hablaríamos ahora de su rol decisivo, de su efectividad, de su oportunismo, de su aprovechar las opciones que se le brinden.

 

Ya se sabía que llegaba en claro rol de suplente. Ya se sabía que por mucho que sume, es casi imposible que termine por desbancar a Benzema. Ya se sabía que se le exigiría de inmediato. Por eso los dos goles contra La Coruña tuvieron esa capacidad terapéutica, más allá de si fueron en un partido definido.

 

Tendrá que levantarse de esta y el único camino es el que ejerció desde el día uno en Manchester United: goles. Cuanto antes y cuanto más importantes, como lo era el del cotejo en Bulgaria, mejor.

 

Goles fallados se pagan sólo con goles acertados. Una deuda que saldar.

 

 

 

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