Algo está mal en una cultura habituada a pitar a sus mayores glorias deportivas. Algo está mal cuando las vísceras pueden más que la memoria.

 

El maleado clima que rodea al Real Madrid tiene al mayor referente en la última (y muy exitosa) década del futbol español, en el ojo del huracán. Ante el Basilea en la Champions League, como en la liga contra el Atlético el pasado sábado, Iker Casillas fue pitado cada que entraba en contacto con el balón. Esta vez, sin embargo, con la polarización que supone que al mismo tiempo resultara coreado por quienes no coinciden con maltratar al guardameta.

 

iker efe

 

Creo que todo ciclo tiene principio y final, tanto como creo que no se puede borrar en un par de meses lo hecho en 15 años.

 

¿Nadie recuerda a la selección española previa a la capitaneada por Iker? ¿Tan fácil es olvidar el desastre de cada dos años en Eurocopa y Mundial, las promesas que en eso quedaban, el “ya merito” atribuible a un penal fallado, al terco poste, al descaro de algún árbitro localista? ¿El eterno refugio en el pretexto?

 

Casillas no sólo fue capitán de aquella España avasallante y de un Real Madrid vencedor de tres Champions League, sino también en casi todos los momentos importantes, fue el salvador que posibilitó el milagro. Su imponente imagen ante Arjen Robben en el Soccer City de Johannesburgo, frenando cuanto mano-a-mano le llegaba, quedará por siempre en la vitrina dorada del balompié ibérico.

 

Capitán físico y moral de aquella selección, cuando la notó sacudida por la férrea cadena de clásicos Madrid-Barça de 2011, cometió el atrevimiento de acercarse al barcelonista Xavi para pacificar el ambiente. Su entonces director técnico, José Mourinho, con quien diferir es romper, nunca se lo perdonó. Desde entonces, suspicacias y dudas, dramas existenciales y populares, lo acompañan.

 

Reitero una duda que ya antes he colocado en este espacio: ¿Qué fue primero: la suplencia o la caída de nivel? Es decir, ¿por la consiguiente pérdida de ritmo de juego y la necesidad de demostrar, mermó su desempeño?, ¿o por el bajón de su accionar fue que llegó antes la banca?

 

Nadie discute su culpabilidad en el gol recibido en la pasada final de la Champions, como su corresponsabilidad (porque no fue el único en crisis) en la prematura eliminación española de Brasil 2014. Y nadie puede convertirlo tampoco en cuna de todos los males en el cuadro merengue (que padece, más que falta de tino en las atajadas de Iker, las absurdas decisiones de su presidente).

 

Antes que Iker, fueron abucheados por el público del Bernabéu cracks como Cristiano Ronaldo, Zinedine Zidane, Raúl González, Michael Laudrup, Martín Vázquez. Dicen que la razón para tanta riña a los propios radica en el historial de gran futbol que rodea al equipo blanco. Más bien, pienso yo (que, por si a alguien interesa, soy devoto madridista), es porque ese estadio es voluble y más pronto para señalar que para aplaudir.

 

No hablamos, como en el caso del Vicente Calderón del Atlético, de un escenario incondicional, o como en el San Mamés del Athletic, de uno especialmente conocedor o analista.

 

Recuerdo una anécdota. Cuando el Madrid fichó al colombiano Freddy Rincón, hubo grandes resistencias –inclusive, racistas– en su contra. El entonces asistente técnico, Ángel Cappa, le conminó a iniciar el partido barriéndose y revolcándose por un balón inalcanzable. A partir de ese derroche de esfuerzo innecesario, el enfoque de los aficionados cambió: mero populismo como remedio.

 

A Iker no bastará para ser perdonado alguna gran atajada (como la hecha contra la Basilea), sino que abandone su perfil sereno y arengue bravamente a la tribuna, que salga buscando sparrings. O sea, que deje de ser Iker, que deje de ejercer el temperamento que lo convirtió en la leyenda que lideró a la mejor selección española de la historia.

 

Mientras que en Inglaterra o Alemania se levantan monumentos a sus más grandes, en España se les trata así. Más vísceras que memoria.

 

 

 

 

 

 

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