Cientos de miles de millones de pesos se han gastado en los últimos 25 años en distintos programas para combatir la pobreza. Paradójicamente, los resultados han sido paupérrimos, pues según las estadísticas el número de pobres se ha incrementado considerablemente en ese lapso.

 

Para tratar de revertir esta situación, el presidente Enrique Peña Nieto anunció la semana pasada el programa Prospera, con el que el Gobierno pretende transformar la política social para hacerla más eficaz. Prospera es heredero legítimo de sus fallidos antecesores: Pronasol, Progresa y Oportunidades, que cumplieron la función de impedir la hambruna y con ella el estallido social durante el salinato, el zedillato, el foxiato y el calderonato.

 

penanieto

 

En 1988, al principio del régimen de Carlos Salinas se puso en marcha el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol) con el objetivo de abatir la pobreza de las zonas indígenas y rurales, y de la población de las zonas áridas y urbanas por medio de acciones en seis renglones básicos: alimentación, salud, educación, vivienda, proyectos productivos y empleo. Una característica fue la creación de un método de trabajo comunitario, como rasgo principal de los denominados Comités de Solidaridad, que originaron una organización social institucionalizada. Con esto se pretendía eliminar el burocratismo que había caracterizado a la política social. No obstante, el problema del Pronasol fue que permaneció como un programa del presidente, y corrió al final la misma suerte que él.

 

A partir de 1995, ya con Ernesto Zedillo, se produjo un cambio en la política social. Bajo esta nueva estrategia de focalización y aumento de las capacidades de la población, se puso en marcha en 1997 el Programa de Educación, Salud y Alimentación (Progresa), para unificar los subsidios alimentarios y las acciones de salud y educación.

 

En 2002, durante el sexenio de Vicente Fox, Progresa se transformó en el Programa de Desarrollo Humano Oportunidades, que mantuvo la estrategia y añadió acciones de apoyo, con transferencias monetarias y suplementos alimenticios condicionados a la asistencia de los niños a la escuela y a la supervisión de su estado de salud. La meta fue contribuir al logro de los cuatro objetivos del Programa Nacional de Desarrollo Social: reducir la pobreza extrema; generar igualdad de oportunidades para los grupos más pobres y vulnerables; apoyar el desarrollo de capacidades de las personas en condiciones de pobreza, y fortalecer el tejido social.

 

El gobierno de Felipe Calderón decidió mantener el programa Oportunidades con las estrategias básicas: impulsar la educación de las niñas, niños y jóvenes; mejorar la salud y alimentación de la población; apoyar a los jóvenes en la transición a la etapa productiva; promover la autosuficiencia; fomentar la seguridad y el patrimonio de las familias, y mejorar la calidad de operación del programa, cuya población objetivo son todos los hogares que están por debajo de la línea de pobreza de capacidades. (Hasta aquí el recuento de los daños, perdón, de los programas).

 

Prospera contiene prácticamente los mismos condimentos que sus antecesores, aunque se le agregaron tres: Inclusión financiera:

 

A través de la Banca de Desarrollo, se facilitará el acceso de más de seis millones de mujeres beneficiarias a diversos servicios financieros, como préstamos con tasas promedio de 10% anuales, seguro de vida, cuentas de ahorro, entre otros.

 

Inserción laboral: Cuando los jóvenes de Prospera busquen un trabajo, tendrán prioridad en el Servicio Nacional de Empleo y en el Programa Bécate, que les brinda capacitación laboral.

 

Salidas productivas: Los beneficiarios contarán con apoyo para tener una fuente de ingresos, que les permita salir de la pobreza, a partir de su propio trabajo y esfuerzo. Para ello, las familias de Prospera tendrán acceso prioritario a 15 programas.

 

Así, corregido y aumentado, Prospera ha nacido con la promesa de ser mejor que sus antecesores. Ojalá, pero…