No. No hubo revancha en Dusseldorf porque, simplemente, este miércoles no podía haberla.

 

Argentina, de visitante, llegó a tener a Alemania abajo por cuatro goles. Al final el marcador se ajustó para cerrar 2-4, aunque me atrevo a decir que lo que aconteciera en este cotejo amistoso no iba a implicar demasiada diferencia.

 

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Se habló de inmediato de que la corona teutona, conquistada en Maracaná un par de meses atrás, había sido opacada, lastimada, golpeada, noción con la que no puedo coincidir: la única forma de abollar una corona o de vengar una caída, es en circunstancias casi idénticas a las del partido precedente.

 

Por buscar ejemplos, Holanda sí abolló a España su corona en Brasil 2014 al golearla en el primer partido de su defensa del título…, aunque tampoco, ni siquiera en ese caso, diría yo que se haya vengado de la final de Sudáfrica 2010: revancha de una final perdida sólo se puede dar con una final ganada ante el mismo sinodal.

 

Lo anterior nos remite al propio Alemania-Argentina, sólo que en su versión ochentera: cuatro años después de que la albiceleste se impuso en México 86, la Mannschaft devolvió la afrenta al quedarse la copa en Italia 90.

 

Muchas palabras, y todo acaso con afán de vincular este pálido miércoles de fecha FIFA, con el delirio de balón que tuvimos inoculado durante el reciente Mundial. Ni remotamente era la misma pasión; los himnos no se cantaban igual; los goles no se gritaban de forma semejante; y el deporte era casi otro: en su intensidad, en su ejecución, en su nervio, en su arte. Melancolía pura de lo que vivimos en junio.

 

Ángel Di María, sobre cuyo fichaje por el Manchester United un economista había calculado esta semana que había sido “más caro de lo debido” en unos treinta millones de dólares, brincó a la cancha empecinado en mostrar que Real Madrid se equivocó vendiéndole, al tiempo que daba rienda suelta a las especulaciones de la final no jugada por lesión en Maracaná: tres pases de gol tan soberbios como su anotación misma.

 

Alemania tenía al mismo entrenador, pero una alineación muy distinta: ya sin los retirados de la selección Philipp Lahm y Miroslav Klose, apenas repitió cuatro nombres de los once que iniciaron en Río de Janeiro. Argentina, con director técnico nuevo, puso en la cancha a seis de quienes lucharon infructuosamente por la copa.

 

Envueltos en la nostalgia, comparamos al insuperable Manuel Neuer de Río de Janeiro con el que hoy se comió cuatro goles; lo mismo la precisión ofensiva de los pamperos con su inoperatividad de Maracaná, o el talento hoy sí mostrado por Kun Agüero, o la ya mencionada aparición de Di María, o la ausencia de Lionel Messi precisamente en la cita menor en que sí brillaron sus compañeros… O del otro lado, que hoy se cansó de fallar goles Mario Gómez, marginado del Mundial en la última lista.

 

Melancolía y tal vez por eso la errónea noción de que Alemania se fue de Dusseldorf con la corona abollada. Nada de eso, insisto: la cuarta estrella conquistada en Brasil, llegó para quedarse. Nada cambia con un amistoso en la primera (y gris) fecha FIFA tras aquella épica final.

 

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