Han pasado casi veinte años de una declaración inolvidable de Joseph Blatter, pronunciada cuando todavía era secretario general de la FIFA y optaba a la presidencia: “El futuro del futbol es femenino”.

 

En aquel momento, el organismo rector del futbol organizaba la segunda Copa del Mundo para mujeres y buscaba demostrar su pleno interés en abrir este deporte a las damas.

 

Por mucho tiempo, el futbol femenino se había desarrollado más allá del control de la FIFA, hasta que Havelange y Blatter entendieron que no podían ceder ese pedazo del balón: quien osara patear pelota, sin importar su género, tendría que hacerlo bajo la bendición y jurisdicción de FIFA.

 

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Para ubicarnos en el tiempo, apenas en 1971 se había levantado la prohibición de organizar cotejos entre mujeres en la Gran Bretaña y no antes de 1985 se formó la selección nacional femenina de los Estados Unidos; hubo Mundiales a principios de los setenta, aunque ajenos al control de la FIFA. Puede decirse que las chicas jugaron balompié desde incluso antes de que sus reglas contemporáneas existieran (en las añejas variantes asiáticas y europeas), pero que el futbol moderno se empeñó en segregarlas.

 

Nueve años después de aquella cita, ya en 2004, Blatter volvió a la carga: “Dejemos a las mujeres jugar en prendas más femeninas, como hacen en el voleibol. Podrían, por ejemplo, usar shorts más pegados”.

 

La última secuela en esta trilogía de Blatter sobre el futbol femenil, llegó unos días atrás, justo cuando arrancaba la Copa del Mundo sub-20 de Canadá. El mandatario fue consultado sobre la presencia de mujeres en la FIFA, a lo que respondió con una sinceridad insospechada: “El futbol es muy macho. Es muy difícil aceptarlas (a las mujeres) en el juego. No en el jugar, sino en la organización”.

 

Con tal panorama, no ha de extrañarnos un suceso que va tomando importancia al recibir espacio en medios estadounidenses como NY Times: que un extenso grupo de jugadoras pretende entablar un proceso legal contra la FIFA por albergar los torneos femeninos sobre césped artificial. El actual Mundial sub-20 se realiza de tal forma, así como el Mundial mayor del próximo año a efectuarse también en Canadá.

 

La FIFA insiste que en certámenes varoniles de edad restringida se ha recurrido a muchos campos sin pasto natural. Tal argumento no convence a algunas de las mejores jugadoras, quienes consideran que la superficie condiciona su nivel y compromete su mejor desempeño en plena competencia mundialista.

 

Cuestión de equidad de género y de césped, pienso yo al igual que las jugadoras. Cuestión que no importa demasiado a las autoridades del balón. Es más barato y práctico disputarlo sobre cancha sintética y la FIFA no invertirá más (o exigirá mayor inversión a los anfitriones) para un certamen que, por mucho que fuera “el futuro” en la frase de Blatter de 1995, jamás será su prioridad ni el trato será el mismo.

 

Sigue dando la impresión de que si organizan los Mundiales femeninos, es más bien para evitar que otro colectivo lo haga y les quite una mínima parte del negocio.

 

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