Decir que con su muerte se deja atrás toda una época del futbol, resulta, más que un lugar común, un total simplismo: con el fallecimiento de Julio Humberto Grondona, hasta hace unas horas vicepresidente de la FIFA y titular de la Asociación de Futbol Argentino (AFA), se cierran muchísimas, numerosas, demasiadas etapas del futbol…., y de la política, y de la gestión internacional del deporte, y del control de los dos departamentos más relevantes de la FIFA que son, ni duda cabe, primero el de las finanzas (protegido con hermetismo), seguido por el de mercadotecnia y televisión (de donde brotan los miles de millones del organismo).

 

En 1969, cuando siendo directivo del club Arsenal de Sarandí agredió a un árbitro, se dio por hecho que su carrera estaba finalizada, aunque cumplió su año de suspensión y regresó listo para asumir las máximas posiciones.

 

Cuando en 1979 fue asignado a la presidencia de la AFA por un personaje directamente vinculado a la dictadura militar argentina, el vicealmirante Carlos Alberto Lacoste, se pensó que su gestión no lograría prolongarse más allá de lo que duraran los sanguinarios generales en el poder, aunque don Julio los sobrevivió tres décadas en el cargo. Lo mismo cuando parecía cercano al peronismo, al radicalismo, al kirchnerismo o lo que hubiera en la Casa Rosada de  Argentina. ¿Grondona subsistió a los convulsos vaivenes políticos de tres décadas y media en su país? Más bien, quien gobernara en su país hizo lo posible por cohabitar con el intocable patrón Grondona. No en vano llegó a decir en 2002, “como vicepresidente de la FIFA tengo más poder que cualquier político de la Argentina”.

 

Argentina Grondona_Ramí

 

Igual cuando se le acusó de utilizar a barras bravas (aficionados violentos que tomaron exponencial predominancia con don Julio en el poder) como grupos de choque, cuando se le vinculó a lavado de dinero, cuando se le extrajeron revelaciones con cámaras ocultas, cuando se le relacionó con corruptelas tanto en Argentina como en la FIFA, cuando un directivo declaró que “los clubes que no pactan con Grondona terminan fundidos”, cuando recientemente su hijo Humberto (quien dirigiera a la selección sub-20 mexicana) fue sorprendido revendiendo boletos para Brasil 2014, cuando se pensó que no se mantendría en la silla grande de la AFA ante tantos torneos albicelestes sin ganar nada, cuando se aseguró que Qatar compró su voto para albergar el Mundial 2022. Sin embargo, él, inmutable y resistente, punto de equilibrio de la FIFA del que Joseph Blatter no podía prescindir, continuó a cargo hasta el último momento de su vida: nadie pudo con Grondona, nadie logró despojarlo de alguno de sus poderes, nadie consiguió probarle algo (o, más bien, hacerle pagar un castigo por algo).

 

Lo vi a un par de metros en su última aparición pública, la final del pasado Mundial, caminando cerca de los vestuarios tras el partido. A ritmo lento, con la mirada serena al frente, con el nudo de la corbata en lo más alto, respondiendo en español a quien le hablara y en el idioma que se le hablara, porque Grondona mismo se vanaglorió hasta el final de ostentar tan relevantes puestos internacionales sin necesitar comunicarse en otro idioma; ese día, en Maracaná, recordé una de sus grandes frases: “Antes de llegar yo a la comisión de finanzas, estaban ellos, los que ahora piden transparencia. La cuenta estaba a -11 millones. Ahora yo la tengo a +1.000 millones. Un argentino, y sin hablar inglés”. Ese día, parecía listo para otros treinta años de poder, lucía fuerte, dominador, casi, podemos atrevernos a afirmar, eterno.

 

Más de treinta años en los que el huracán del futbol se llevó y trajo de todo, consagró y tumbó a casi todos (incluidos cercanos a Grondona obligados a renunciar como Joao Havelange, Nicolás Leoz, Jack Warner, Ricardo Texeira), en los que Argentina tuvo quince presidentes de las más variadas posturas. Don Julio siguió adelante y sólo ha dejado sus medulares posiciones con la muerte, como con premonición advirtió unas semanas atrás: “Cuando deje la FIFA será para ir al cementerio”.

 

No decimos adiós a una etapa del futbol, de la política, de la gestión deportiva internacional: decimos adiós a muchísimas, englobadas en este hombre.

 

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