Empezaré por decir que el ya tan mencionado castigo a Luis Suárez pretendió de alguna forma convertirlo en chivo expiatorio. Lo anterior, en el sentido de que un tipo tan reincidente en las mordidas y en otro largo listado de conductas antideportivas  (incluidos los insultos racistas) era blanco perfecto para que la FIFA marcara una nueva línea de juicio.

 

El término “castigo ejemplar” suele usarse sin que se recapacite en sus dos palabras, aunque en este caso sí lo fue: puso el ejemplo de lo que sucederá eventualmente al que ose desafiar las normas con comportamientos tan nocivos para lo que se desea proyectar a la sociedad desde la cancha.

 

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Seguiré por comentar que esperaba que el precio del delantero uruguayo abaratara con su vil acto y con la larga suspensión, algo que ni remotamente sucedió: a la luz de los hechos, Suárez salió increíblemente revalorizado, y eso se lo debe al FC Barcelona.

 

Planteado lo anterior, retomo unas declaraciones recientes del ex presidente blaugrana, Joan Gaspart: “Los señores de la FIFA se tienen que dar cuenta que no pueden culpar al Barça de algo que pasó, dile accidental o no accidental. No pueden castigar al Barça, si tiene que castigar tienen que castigar al jugador. Si tiene que castigar que castiguen al jugador, que creo que no le deben castigar. ¿Qué ha hecho el Barça para no poderlo presentar y para que no pueda jugar? El Barça no ha hecho nada”.

 

Debe aclararse que el Barça sí ha hecho algo: meterse, previo pago de un dineral, en un lío ajeno, convertirse en principal afectado de una tormenta que no tocaría su costa, someter a su embarcación a un oleaje que iba contra otras naves.

 

Ahora la directiva del cuadro catalán apelará ante el Tribunal Deportivo (TAS) para disminuir la pena. Eso con un futbolista que compró a cambio de 110 millones de dólares, a sabiendas de que no podría involucrarlo en acto oficial alguno (llamado presentación, entrenamiento, patrocinio, conferencia de prensa): en nada que huela a futbol profesional, es admitido Suárez de aquí a fines de octubre. La sanción que empezó por despojarlo de su acreditación mundialista y prohibirle apoyar a sus compañeros en los estadios, siempre incluyó tamaña prohibición.

 

Excesivo o no, resulta tema de un debate distinto. Pero el Barcelona ya sabía lo que adquiría: una garantía de muchísimos goles para los próximos años, que llevaba como monserga añadida la suspensión (más allá de si los valores barcelonistas se vieron manchados o no).

 

Gaspart no puede salir a decir que “el Barça no ha hecho nada”. Sí ha hecho: aventarse a un fichaje de semejante volumen económico cuando ya tenía claro a lo que se exponía.

 

Suárez vive ahora una situación más que atípica en la que, en teoría, no podrá conocer a sus compañeros ni involucrarse en nada relativo al equipo por los próximos tres meses y medio.

 

Nadie en la Ciudad Condal tiene derecho a quejarse: ellos decidieron comprar un castigo ajeno.

 

Carísima la vela que compró el Barcelona para un entierro en el que no tenía nada que ver. Ya se verá cuánto le reditúa y a qué plazo.

 

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