Ante cualquier resultado en semifinales, la final del Mundial 2014 contendrá un clásico: a diferentes dimensiones, con distintos cortes de rivalidad, pero la combinación que se dé encarará a dos selecciones de enemistad íntima.

 
Obviamente, la opción anhelada por el morbo e incluso por los organizadores, sería la final sudamericana. Nunca Brasil y Argentina se han encontrado en esta instancia mundialista (en realidad, ni en semifinales como las conocemos bajo el formato actual). Aquel viejo slogan de “América para los americanos” brillaría especialmente con la primera definición de título entre dos de CONMEBOL desde la Copa del Mundo de 1950, cuando Uruguay silenció a ese mismo estadio, el Maracaná. El choque entre los dos gigantes de Sudamérica, unos mermados por la ausencia de Neymar y los otros por la de Ángel di María, sería, no lo neguemos, colofón inigualable. Lo anterior, más allá de que verdeamarelas y albicelestes se han parado en estas semifinales sin haber practicado futboles a la altura de lo que sus respectivas tradiciones marcan.

 
Del otro lado, la más agria de las rivalidades europeas asomaría si son Alemania y Holanda quienes se meten. La final del Mundial de 1974, cuando los naranjas perdieron aun siendo mejores, traspasó al futbol innumerables circunstancias históricas, sobre todo relativas a la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, cada que comparten cancha es bajo máximos niveles de revanchismo, como en la Eurocopa 88, cuando Holanda eliminó a la local Alemania Federal, o Italia 90, cuando los teutones pudieron volver a echar fuera a sus vecinos.

 
Ahora que si la final fuera intercontinental, las dos alternativas tienen profundos historiales.

 
Alemania ha sido el obstáculo donde se ha atorado Argentina en los dos últimos Mundiales, además de que en 1986 y 1990 disputaron dos finales consecutivas (algo que nunca ha vuelto a suceder en la historia). Si esos dos precedentes no bastan para que podamos hablar de un clásico, entonces los clásicos no existen.

 
Y luego viene el Holanda-Brasil también con numerosos choques a lo largo de los Mundiales: desde el de 1974, lleno de patadas, que marcó el final del reinado futbolístico de aquel Brasil ya sin Pelé, hasta la racha reciente que incluye 1994 y 1998 para el sratch, 2010 para los tulipanes.

 
En definitiva, será una final especial y en específico tensa. Si se diera alguno de los casos entre rivales del mismo continente, marcaría el rumbo de su rivalidad para la eternidad: Maracaná jamás se olvidaría al hablar del citado clásico. Si reeditara el Alemania-Argentina o Brasil-Holanda, sería dotándolos de ese ingrediente mítico.

 

¿Cuál veo venir? Francamente, la europea, aunque prohibido marcar favoritos o dictar tendencias. Tan cerradas pintan que, me temo, la vistosidad tiende a ser escasa, como ya ha sido en los cuartos de final.

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