Santos tiene el estadio de futbol de playa más grande del mundo. No es exageración. Por dónde se camine, por el lado que empiece el recorrido, las playas de Santos son albas y tan largas para albergar al mismo tiempo el número de cascaritas que usted quiera en un paseo matutino, vespertino o cuando el sol ya dijo adiós.

 

En Santos la vida corre detrás de un balón. No hay fuera de juego en el género, su mar es espejo de agua de parsimonia que llega a puerto para besar al puñado de chicos, chicas, maduros y viejos corren tras un pedazo de cuero.

 

Nada más envidiable para un chilango que pasea por la playa José Menino. El día se escurre y el balón corre de portería a portería, con eternas retadoras de cinco contra cinco, o de equipos de 10, o de 15, no importa el número todos caben en esos largos y planos desiertos, todos juegan, todos esquivan espuma y piernas. De día con el astro que quema, de noche, iluminados con gigantescas luminarias hacia los mil terrenos de juego sin líneas de tiza, ni marcas de fuera. En el mar el balón sale, hacia la lejana acera de la avenida, el balón está fuera.

 

Dentro de la imaginaria cancha hay 10 Neymar, 20 Roberto Carlos, 15 aspirantes de Ronaldo, mil que quieren renacer a Pelé. Es el futbol de todos y por todos, de jugadas increíbles, de broncas involuntarias, de goles cantados sin ninguna playera para sacarse, sin reloj que amenace con el minuto 90.

La geometría del monstruoso estadio de Santos es un cuarto de luna. De estrellas relucientes en cuerpos que sudan. De chicos que no necesitan piel de canguro en tachones traídos desde Asia, son chicos que patean el cuero con el cuero desnudo del alma.

 

Es sobre la playa donde se juega la real Copa del Mundo. Santos, ensueño del amante futbolero, lugar del cono sur con el estadio más grande del Mundo.