Para perderse en Brasil no hace falta internarse en el Amazonas, basta con quedarse sin batería en el celular, que hace funcionar el GPS e intentar llegar a destino final.

 

Peor resulta la experiencia si el que conduce es un chilango; presumiblemente poseedor de un GPS integrado, que según el chilango, es a prueba de cualquier telaraña carretera: franco golpe contra la tierra; las carreteras brasileñas hablan un código que tarda en comprenderse, quizá, lo que dura una Copa del Mundo.

 

Al menos así es el camino a Santos para este capitalino. Con el sufrible tránsito de Sao Paulo, sobre todo si el viaje comenzó en el Aeropuerto de Guarulhos. Salida SP 055, BR 101, AR 90, una maraña de letras y números sin nombres de sus próximos poblados, al menos durante la mayor parte del trayecto, porque, por ejemplo, al menos para llegar a Santos, el andar del auto puede acumular hasta 60 minutos antes de encontrar el primer aviso que Santos está próximo en el camino.

 

Y si la llegada se vuelve un suplicio, ni hablar del ubicarse ya en la ciudad. Los oficiales de tránsito, muy, pero muy amables, intentan, fruncen el ceño, se rascan la cabeza, con tal de comprender en algo el español de la pregunta, incluso a veces hasta atinan a dar una calle de referencia, el problema es que cuando uno busca en las esquinas, sorpresa, no existe un condenado letrero que permita salir del estado de amnesia.

 

Un orden, en el que parece un desorden ordenado, con carriles exclusivos para autobuses, nada extraño, a no ser de que dicho letrero aparece metros adelante, cuando un servidor ya tomó el carril confinado, sin fantasmas, marcas o flechas que adviertan de los contrario.

 

Pero el chilango persevera, se pierde, da mil vueltas, paga tres veces la misma caseta; se muerde el labio para no demostrar su ignorancia, si en Chilangolandia el mapa está en la cabeza, por qué en Santos no se puede hacer una copia, aunque al final, para qué extraviarse en el Amazonas, si con carreteras y calles brasileñas basta.