RÍO DE JANEIRO, Brasil. Un fantasma recorre la Copa del Mundo y los laberínticos recovecos de la FIFA. Es la rebelión de los que decidieron hacer a un lado su papel de comparsas que llevan al Mundial sus enormes mercados listos para ser repartidos en tajadas, pero no participan de la fiesta más que la primera semana y media.

 

Esta vez los que se van a las primeras de cambio son equipos llenos de estrellas que habitan en su propia imaginación o en la ficción de ligas de muy escasa competencia. España, Italia, Portugal e Inglaterra tienen jugadores cuyos contratos valen mucho más dinero que el que valen completas varias de las selecciones que están dando la sorpresa en este Mundial.

 

Pero, siendo francos, Rooney, Pirlo, Iniesta, Cristiano Ronaldo apenas tienen unos cuantos duelos verdaderamente competitivos a lo largo del año. El Celta o el Rayo, el Udinese o el Wigan, jamás juegan con la intensidad con la que lo hacen equipos como Estados Unidos, Costa Rica o México.

 

Uno se divierte viendo a Ronaldo o a Messi hacerle tres goles al Racing, pero cuando el rival no es así de malo, la situación es distinta. Y muchos aquí no entienden la diferencia entre la ficción de las ligas europeas, cuentos maravillosamente contados, pero que se estrellan contra la realidad de una Copa del Mundo.

 

Y encima, está la técnica, el buen trato del balón y la competente dirección técnica.

 

Estados Unidos salió a jugarle al tú por tú a Portugal, les enseñó que eran más capaces que los lusitanos para salir jugando con el balón controlado y que sus delanteros no jugarán en el real Madrid, pero anotan en las oportunidades que tienen sin sacarse la camiseta y mostrar músculos.

 

A los estadounidenses les falta concretar el pase ante Alemania, rival al que han vencido dos veces en los últimos años. Bien sabe Juergen Klinsmann, el técnico de los vecinos, qué le duele a sus paisanos.

 

Costa Rica por fin se creyó que su futbol es fino y su corazón es grande. Y ahí están, mostrando por qué casi echan a México del Mundial.

 

A México ya lo vimos, mostró que Brasil es frágil si se le ataca, que no está preparado para jugar en otro papel que no sea el de ir al frente ante equipos arrinconados. Aquí nadie entiende qué pasó con la Concacaf porque viven en el pasado del futbol en el que Best y Charlton llevan la camiseta roja de Inglaterra, Eusebio lidera a los portugueses, y Garrincha y Pelé forman el ataque brasileño. No sólo la gente en las calles lo cree así, sino el conjunto de la prensa deportiva del Mundo que está reunida por estos días aquí.

 

La rebelión es esa, equipos que desconocieron su papel sobreentendido de víctimas y simples rellenos en el calendario, a equipos que buscan ganar los encuentros sin pensar tanto en las derrotas que de todas formas todos les habían anotado de antemano en las innumerables quinielas que se juegan alrededor del mundo.

 

Pero cuidado, que ya les quedó claro en la primera fase, y los gigantes que sobrevivieron bien han entendido que ya es tiempo de creer en fantasmas.