No hacía falta ver el rostro de lastimosa impotencia de Vicente del Bosque para recordar que todo gran imperio tarde o temprano ha de caer. No hacía falta presenciar ese remedo de tiqui-taca, Xavi en la banca, Iker para el olvido, Xabi Alonso sin piernas, Iniesta y Ramos contra el mundo. No hacía falta, pero a menudo sucede que el monolito más grande es el que se desploma con mayor fuerza.

 
Como si de Roma o la Francia de Napoleón se tratara, ha sido cuestión de que se conjugaran unas cuantas circunstancias para que entonces, una vez mutilados por el iceberg, broten clamores de “¿cómo no lo vimos venir?”, “si era tan evidente…”, “es que esto ya no tenía modo de perpetuarse”.

 
Goleada por Holanda y bailada por Chile, España consumó su precoz eliminación. Tan sádico es el destino que la campeona fue la primera en dejar de optar a la corona que defendía.

 
Claro que lo que ahora resulta tan obvio y previsible, tuvo un par de instantes en los que pudo ciertamente ser diferente. Por ejemplo, el gol fallado por David Silva que hubiera representado el 2-0 sobre Holanda y algo así como el inicio de una marcha triunfal rumbo al cuarto título consecutivo (tan sin precedentes como los tres que esta generación conquistó).

 
O el remate a un metro de la portería que el meta chileno atajó a Xabi Alonso con el que España habría abierto el marcador ante el incomodísimo cuadro andino (que, tampoco nos engañemos, antes de esa, dispuso a su vez de un par de acciones claras para abrir el marcador).

 
Pienso en la Francia campeona mundial en 1998 y europea en 2000 que no superó la primera ronda en Corea-Japón 2002. Y pienso en ella porque sufrió en su debut contra Senegal de dos caprichosos postes, cuya hueca resonancia sirve como símbolo de lo que pudo ser y ya no fue.

 
La manera más correcta de despedir a esta España es con gratitud; una generación de profesionales talentosísimos que nos recordó una base indispensable para este deporte: que no hace falta correr más si se piensa más, que no hace pesar más si se entiende con el balón más, que no hace falta medir más si se crea más.

 
Pensamiento, entendimiento, creación, tres elementos preciosos de esa España que puede irse un tanto avergonzada, pero consciente de un legado: que en buena medida gracias a ella, este Mundial es infinitamente mejor que los anteriores, que su ejemplo de salir tocando ya es replicado lo mismo por africanos que por europeos, que su empecinado afán de acompañarse, desmarcarse, encontrarse, ha permeado a selecciones que antes tenían muy distinto sello…, y hablamos de representativos de la dimensión de la otrora vertical Alemania, de la otrora catennacio Italia, incluso de la otrora kick and run Inglaterra.

 
Con otros, pero esta historia ibérica sigue. Vicente del Bosque quiso hacer una renovación lenta y todavía para el cotejo ante Chile probó con apenas un par de modificaciones (Xavi y Piqué, los damnificados), cuando la situación exigía mayor cisma. En todo caso, la fábrica de artistas españoles del balón sigue produciendo y viene otra generación espléndida. ¿Con tamaños para alcanzar la altura de la anterior? Eso será muy difícil y su primer rival serán tan recientes gestas.

 
No hacía falta ver al futbol más impecable transformado en ese caos de impotencia. Sin embargo, así son las caídas de los mayores imperios. Esas que todo mundo asegura haber visto venir, pero nadie tuvo el atrevimiento de anticipar.

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