Que los árbitros se equivocan más a menudo a favor del local o del poderoso (en este caso, ambos adjetivos aplicables al equipo brasileño), no es novedad.

 

Lo anterior de ninguna forma ha de significar que eso esté bien o que debamos resignarnos a tan lamentable circunstancia.

 

Para siempre, el árbitro japonés Yuichi Nishimura cargará con el cuerpo de Fred desplomándose en el área croata. Y para siempre podrá alegar que se equivocó, que erró en su apreciación, que los jugadores son en específico hábiles para teatralizar caídas y trabarse como si los estuvieran derribando. Sucederá que por mucho que lo alegue, cargará con ese estigma: el de tantísimos anfitriones que se vieron beneficiados por la apreciación arbitral (los casos más excesivos, Corea del Sur en 2002, Inglaterra en 1966 o Italia en su torneo fascista de 1934).

 

Mucho antes de que Nishimura se convirtiera en protagonista (sin duda, la peor noticia para un silbante), hubo un Brasil rebasado por las circunstancias, apesadumbrado, soso, huérfano de creación, incapaz de jugar al compás de las delirantes gradas que añadieron a la versión corta del himno anfitrión unas memorables estrofas a capela.

 

Marcelo se vio expuesto a una situación difícil de sobrellevar: abrir, con su gol en propia puerta la lista de anotadores del Mundial que se juega en su patria (más tarde, y mientras esperaba a Neymar para entrevistarlo en el subterráneo del estadio, escuché un inolvidable diálogo entre dos merengues. Luka Modric clamando: “Marcelito… ¡Lo siento mucho!”, a lo que el defensa respondió con desparpajo: “Luca… ¿Viste qué golazo?”).

 

A partir del autogol y mientras la Arena Corinthians lucía tan prematuramente impotente, se nos concedió a 64 años de distancia la posibilidad de aproximarnos, al menos por unos instantes, al silencio referido por los uruguayos al concretar el Maracanazo. De hecho, esa había sido, hasta el juego de hoy, la última vez que Brasil disputó en casa un cotejo de Copa del Mundo.

 

En ese silencio abundábamos y en las camisas amarillas que ya consultaban el reloj cada veinte segundos recapacitábamos, cuando Neymar devolvió el alma al estadio y la respiración al país. Hasta Dilma Rousseff, renuente a dar discursos pero sin salvarse de cantos tan ofensivos como elocuentes, cambió de semblante (suficiente ya ha tenido con su desplome en popularidad en parte a consecuencia de este certamen, y con las protestas de este día 1 que, para su peor suerte en términos mediáticos, dejaron como heridos a representantes de un medio de la proyección de CNN y reabrieron el conflicto con sindicalistas del metro paulista).

 

En pleno segundo tiempo, cuando la verdeamarela volvía a extraviarse en una inútil posesión de balón y a verse incapaz de ocultar sus limitaciones, Fred inmortalizó a Nishimura.

 

¿Localista o confundido? El beneficio de la duda no le ha de ser negado a nadie, siempre y cuando los antecedentes no dicten lo contrario. Sí se ve como ayuda al local, y es necesario para el negocio que se proteja al local, y por mucho tiempo se ha consentido al local, y este local pasaba momentos críticos en su debut (lo que a su vez habría impactado directamente en el descontento en las calles hacia el torneo)… Entonces la conclusión es evidente. Y eso tras presumir la FIFA su tecnología de línea de meta, mostrando (hasta el pobre Marcelo se lo chutó en una pausa del partido) cómo había entrado el autogol a la portería. Tecnología que sirve para un tipo de jugadas demasiado esporádicas y que no será la solución para corregir en un futuro los localismos.

Twitter/albertolati

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