La pregunta no es solamente quién no va a poder jugar en Brasil 2014, sino en qué condiciones lo harán quienes sí lleguen al torneo.

                No parece casual que la plaga de lesiones incremente a la par que la campaña se hace más extenuante y este deporte se disputa bajo paradigmas más físicos. Además, los sesenta y tantos partidos que acarrea cada par de piernas desde agosto pasado y hasta este cierre de mayo de 2014, se complementan fatalmente con la falta de genuina pretemporada.

 

Por ello es que ahora se echan tanto en falta las épocas en las que entre torneo y torneo había un verdadero lapso para recuperar, para trabajo muscular y aeróbico, para verdaderamente comenzar de ceros un período que incluirá Champions League (trece cotejos si se accede a la final), torneo de liga (38 partidos), de copa (según el país, entre seis y nueve juegos), en Inglaterra o Francia también copa de la liga (si se llega a pelear el título, otros cinco o seis), Mundial de clubes (dos más para europeos y sudamericanos), aparte de eliminatorias y partidos amistosos con la selección (eso sin mencionar que los seleccionados brasileños, españoles, italianos, mexicanos, nigerianos, uruguayos y japoneses, tuvieron también Copa Confederaciones durante el verano anterior).

 

Hoy las pretemporadas son más bien avales económicos: giras a China, Sudáfrica, Estados Unidos, Tailandia, Dubái. Posicionar marca, vender merchandizing, abrirse a mercados emergentes, cumplir compromisos con los patrocinadores; nada de aislarse y someterse a trabajo de montaña.

 

Y todavía nos sorprende cada cuatro años la cifra de futbolistas lesionados antes del arranque de un Mundial. La plaga crece por día. Si antes ya se sabía de las ausencia del inglés Theo Walcott, el australiano Robbie Kruse, el holandés Kevin Strootman, el español Víctor Valdés, el belga Chtristian Benteke y el alemán Holger Badstuber, la lista ha crecido con el holandés Rafael van der Vart, el español Thiago Alcántara, el croata Niko Kranjcar, el alemán Lars Bender, el camerunés Pierre Webó y –desafortunadamente– contando.

 

A todo lo anterior, se añaden numerosas incógnitas. Nada más en la campeona defensora, España, se esperan recuperaciones  de último momento para convocar a Diego Costa, Sergio Busquets, Jordi Alba y Jesús Navas. En Colombia se prenden velas por la rehabilitación de Radamel Falcao, como en Chile por Arturo Vidal y en Uruguay por Luis Suárez.

 

Después llega el torneo y nos extrañamos con el bajo rendimiento de la mayor parte de las estrellas, sin querer admitir que están afrontándolo con las piernas saturadas de balón y choque, con la factura ineludible de tanto acelerar y frenar, con el obvio precio de los partidos en los que se actuó con molestias o bajo efectos de inyecciones que inhiben el dolor (por ejemplo, Zinedine Zidane en Corea-Japón 2002 ya estuvo impedido por simple desgaste, tal como ahora parecen llegar, por ejemplo, Cristiano Ronaldo y Karim Benzema).

 

Los clubes saben que la manera de hacer redituable un negocio en el que están obligados a pagar traspasos y salarios de decenas de millones de dólares, es jugando más. Las selecciones, a su vez, optimizan las fechas FIFA y se inventan algunas adicionales en un afán de conjuntarse, aunque también para consolidarse como marca.

 

En todo caso, han de saber que la gallina está extenuada y que subiéndole el ya de por sí elevado sueldo, no lograrán que ponga más huevos (o goles) de oro.

 

Tema de cada cuatro años, aunque cada vez peor.

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