Aquí y en China, lo único que los gobernados esperan de los gobernantes son buenos resultados en la gestión de los asuntos públicos. Empleo con buenos salarios; servicios eficientes de salud; educación pública de calidad; estabilidad social; crecimiento de la economía que se refleje en los bolsillos y en la mesa de los ciudadanos; paz social; oportunidades para desarrollar las capacidades individuales y colectivas, así como seguridad personal y patrimonial.

 

Todo eso, que parece demasiado, no lo es tanto. Por el contrario, es el mínimo indispensable de condiciones básicas que el gobierno debe garantizar como derechos de la población. Si esas condiciones no existen, entonces resulta inútil que los gobernantes pretendan sustituirlas con discursos repletos de promesas, que en la mayoría de los casos jamás se convierten en hechos.

 

Cualquier semejanza de lo anterior con el actual panorama nacional, apuntan los observadores políticos, es algo más que una coincidencia; se trata de una inocultable realidad que -dicho sea con el debido respeto- los funcionarios públicos no modificarán a fuerza de discursos.

 

Con el afán de llegar en mejores condiciones a las elecciones intermedias de 2015 -cada día más cercanas- el presidente Enrique Peña Nieto está apostando todo su capital político… pero a las cartas equivocadas. Cuando llegue el momento de acudir a las urnas el año próximo, la inmensa cantidad de los ciudadanos no le dará su apoyo al PRI-Gobierno por los “triunfos” políticos del Pacto por México, por las reformas estructurales del siglo XXI que modificaron la Constitución o por las leyes reglamentarias que, supuestamente, serán aprobadas en este año 2014 en el Congreso de la Unión. Quien crea eso está en un grave error de cálculo, advierten los mismos observadores.

 

Los votos para el PRI -que lo serían para Peña Nieto- llegarían en 2015 por mejores razones, entre otras: si la economía familiar, es decir, la microeconomía, registra mejores niveles; si hay más empleos y mejor pagados; si la violencia

 

desaparece o por lo menos decrece; si la seguridad se convierte en el escenario cotidiano en el país, etc., etc.

 

Si lo anterior no sucede, entonces los priistas se enfrentarán a una dura y cruel realidad. El electorado que los llevó de regreso a Los Pinos les dará la espalda.

 

La baja en los índices de popularidad del Presidente de la República en las encuestas de opinión pública demuestra que la luna de miel entre la sociedad y sus gobernantes terminó hace varios meses, y que llegó el tiempo de que se produzcan buenos resultados. Ya lo dijo Guillermo Ortiz Martínez, ex secretario de Hacienda y ex gobernador de Banco de México, para quienes lo hayan olvidado: “Es muy importante que se manejen correctamente las expectativas para que no haya decepciones, desaliento… Lo peor que puede pasarnos es que estén prometiendo cosas que no van a ocurrir en los tiempos que dicen”.

 

Y entonces… Pues entonces, señoras y señores secretarios, subsecretarios, directores generales, menos discursos demagógicos y más resultados, hechos concretos.

 

AGENDA PREVIA

 

¡Se los dije, se los dijeeeeee!, exclama un observador puntilloso al enterarse de que liberaron -por falta de pruebas- a Hipólito Mora, fundador de las autodefensas michoacanas, a quien le querían fincar responsabilidad penal por un par de muertitos. Lo dicho: las autodefensas fueron, son y seguirán siendo un dolor de cabeza para el gobierno federal. Les dieron alitas, los hicieron creerse superhéroes, los utilizaron como soplones, los convirtieron en escudo y arma a la vez, los armaron y luego los desarmaron, los apapacharon y después les dieron la espalda; los trataron simultáneamente como aliados y como adversarios, y al final de cuentas ya no supieron qué hacer con esos autodenominados autodefensores, pero ahora -mientras el gobierno decide otra cosa- los uniformaron como guardias rurales (quién sabe qué será eso), pero no está lejano el día en que ese engrudo acabe transformado en una pegajosa y gigantesca pelota que al rodar cuesta

 

abajo aplastará a los funcionarios que están convencidos -ingenuamente- que tienen todo bajo control en Michoacán, remata el observador.

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