Suena extraño el sólo referirse a la final de un torneo de liga. Suena extraño, porque el mismo concepto de liga contradice el que haya una final: ahí gana el más constante al cabo de la serie de cotejos todos contra todos y no el que se impone en un partido al que se calificó tras semifinales. Suena extraño, imagínese usted, incluso para los mexicanos que nos hemos habituado a que haya hasta dos finales de liga cada año, aunque en realidad sean de liguilla, que es otro torneo (y otro tema diferente al que tratamos hoy).

                El asunto es que este sábado habrá en España una final de liga que, para existir, necesita casi de la misma cantidad de factores requeridos para que se suscite un eclipse (y que me disculpen los astrónomos por la analogía).

 

Primero, que el sorteo entre los veinte participantes se encapriche en dejar para la última jornada el juego entre dos de los principales aspirantes. Y después, que al cabo de 37 jornadas en las que se pueden sumar 0, 1 ó 3 puntos, esos dos equipos totalicen una cantidad que no los separe en más de tres unidades. Es decir, que parece decisión del destino el llegar a este sábado bajo esta circunstancia.

 

El Atlético de Madrid refutó al menos durante 35 partidos los viejos fantasmas que le perseguían y atormentaban. Ese apodo de “pupas” traducible como salado o ya merito, amenazó sobre la legión colchonera numerosas veces a la voz de “el Atlético no va a aguantar”. Aguantó, y aguantó, y aguantó mucho más que los dos gigantes, Madrid y Barcelona, acumuló nueve victorias consecutivas, y cuando ya estaba a escasos cuatro puntos de ser campeón y sus rivales parecían haber capitulado en la lucha, se tropezó: derrota a manos del Levante y empate contra el Málaga.

 

Por ello si los rojiblancos caen este sábado a manos del Barcelona, se creerá más que nunca en el concepto “pupas”, en cierto maleficio, en la fatal incapacidad para consumar un éxito.

 

En épocas recientes ya ha levantado dos Europas League, una Copa del Rey y dos Súpercopas europeas, pero la liga española (no la gana desde 1996) y la Champions League (jamás la ha conquistado) son los dos platos que realmente sepultarían la noción de “pupas”.

 

Para colmo, resulta obvio que si el Atlético pierde a manos de los blaugranas, no habrá hecho más que llevar esa condición de “pupas” a su grado máximo, por mucho que su plantel y espléndido director técnico hayan demostrado tan elocuentemente la pasta de la que están hechos, su aplomo, su arrojo, su capacidad futbolística.

 

El Barcelona contempló menos que nadie que el Atleti cedería en esta fase final. Por ello en las entrevistas posteriores al empate con el Getafe (dos semanas atrás) sus jugadores decían palabras como “decimos adiós a la temporada; borrón y cuenta nueva”. Nadie esperaba que el Real Madrid perdiera siete de los siguientes nueve puntos en disputa, pero mucho menos que los colchoneros cayeran y luego empataran.

 

Resulta de repente que los blaugranas serán campeones con sólo lograr esta victoria. Resulta, además, que será frente al club que los eliminó de la Champions League. Y resulta todo eso, en medio de una temporada saturada de críticas y exigencias de cambio de ciclo.

 

Sí. Sería el colmo del mejor Atlético ceder el título a un caótico Barcelona. Colmo que puede estar encerrado en esta atípica final de liga.

 

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