Inevitable remitirse a esa anécdota. Tan inevitable como relacionar con nociones esotéricas un resultado de futbol. Inevitable, porque para ser casualidad, ya se ha repetido demasiado.

 

Retomemos entonces lo acontecido en 1962: el Benfica, dirigido por Bela Guttman, conquistó su segunda Copa Europea de Clubes Campeones. Al estratega le pareció justo exigir un sustancial aumento de sueldo, algo lógico si se considera que lo había convertido en el equipo más poderoso del planeta, aunque la directiva del conjunto lisboeta se negó. Guttman se marchó, no sin antes dejar en el aire una maldición: “Sin mí, el Benfica no volverá a ser campeón europeo en cien años”.

 

Poco antes, Bela había detectado a un talento mozambiqueño de 19 años llamado Eusebio (o, según narran, escuchado en la barbería a alguien referirse al respecto). De inmediato se trasladó a Lourenço Marques (hoy Maputo) y amarró al crack, erigiendo en torno a su goleadora figura al equipo portugués más exitoso que haya existido.

 

Fueron apenas tres años en el banquillo del Benfica, aunque marcaron profundamente tanto al equipo como al entrenador. Ni uno ni otro volvieron a ser igual de exitosos.

 

Guttman solía insistir que no es idóneo mantenerse más de dos años dirigiendo al mismo cuadro y la realidad es que sólo acumuló tres temporadas en el Benfica; antes ya había pasado por diecisiete equipos en 26 años, así como después pasaría por otras siete instituciones en los siguientes once; por ello, es factible que exigiera tan elevado pago como excusa para no quedarse o como pago a algo innato en su forma de ejercer el liderazgo: sin duda, el desgaste de relación era su mayor temor.

 

Trotamundos en la Europa más volátil, nació en el Imperio Austrohúngaro y murió a ocho años de que cayera el Muro de Berlín, cuando las fronteras del continente ya habían cambiado demasiado y estaban por cambiar todavía muchísimo más. Judío de religión, parte de su inicial nomadismo fue consecuencia de la persecución antisemita; de hecho, su hermano pereció en un campo de concentración nazi y no ha logrado esclarecerse cómo logró escapar en esos años a Suiza.

 

Trabajó en Austria, Holanda, Hungría, Rumania, Italia, Argentina, Chipre, Brasil, Portugal, Uruguay, Suiza, Grecia. Inmune a las barreras culturales, pronto tomaba los vocablos suficientes para darse a entender e imponer su férrea personalidad, casi caricaturesca en la última fase de su carrera.

 

Con la final de Europa League perdida por el Benfica en penales y a manos del Sevilla, son ya ocho consecutivas en la que ha habido derrota para los lisboetas. Curiosamente, la de la campaña 64-65 ante el Inter, con el propio Guttman en los controles, ya que regresó para una segunda etapa y fue incapaz de revertir su propia maldición.

 

En el marco de los 110 años del nacimiento de Guttman, conmemorados un par de meses atrás, el Benfica inauguró una estatua de este personaje en la puerta 18 del Estadio Da Luz. Ahí aparece con sus dos Copas Europeas en brazos, aunque ni con ese homenaje póstumo han conseguido convencerlo de que anule el conjuro.

 

Bien dice el refrán que no hay mal que dure cien años ni enfermo que los aguante, aunque el pobre Benfica ya va en 58. En todo caso, y al cabo de las caídas más absurdas y fatalistas, al cabo de tanto poste adverso y penal errado, al cabo de tanta circunstancia que se encadenó para obstruir la victoria, en Lisboa cuentan los años a ritmo del más pesaroso fado: ya sólo faltan 32 para acabar con la maldición.

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