Las campañas publicitarias, y más las lanzadas con motivo del inminente Mundial, suelen ir encaminadas a loar todavía más al jugador. A recordar al potencial consumidor (pero, sobre todo, al futbolista) respecto a las condiciones galácticas con las que ese muchacho ha sido dotado para la práctica de su deporte.

                Y ya se enfrentan cual gladiadores, y ya tienen por misión salvar al mundo o repeler marcianos a punta de acrobacias con el balón, y ya hacen el gol soñado por todo niño, y ya aparecen en el festejo más explosivo en el que se les hace ver que la nación está por ese mes recargada sobre sus espaldas, que la dignidad nacional depende de sus proezas, que tantos millones suplican  a su dios que les cuide la piernas.

 

Por eso me ha parecido tan refrescante el anuncio de una empresa española. Porque de una frase cliché (“¿Cómo motivar a unas estrellas que ya lo han ganado todo?”), desencadena una narrativa con mensaje tan conmovedor como aleccionador.

 

La imagen de cinco seleccionados españoles es modificada completamente a fin de colar en puestos laborales y hacerlos convivir con trabajadores de diversos rubros.

 

Andrés Iniesta, ese diminuto ser humano por cuyas venas corren dinámica, destreza, ritmo, aparece con bigote y lentes intentando pelar papas, cargando con torpeza unas ollas, revolviendo sin ritmo una sopa. “¡Venga! Dale un poco más de caña, ¿vale?”, le pide un cocinero inconsciente de que habla con el héroe nacional que dio “un poco más de caña” al minuto 116 de una final mundialista e hizo con ese gol campeón a España. Por primera vez el astro sale de la indulgencia, del favoritismo, del ojo cerrado que acompaña cuanto realiza, porque ese día no es Iniesta sino el empleado nuevo en la cocina al que necesita jalar para que no retrase la entrega de los platillos.

 

Iniesta confiesa algo que jamás se le escuchará decir tras una noche de Champions: “era imposible seguir ese ritmo”.

 

Santi Cazorla y Juanfran, respectivamente mediocampista del Arsenal y lateral del Atlético, son integrados a una empresa de jardinería. Mago con el balón, Cazorla es burdo con la pala, errante en el guiar la carreta. Parecido Juanfran, cuyas incursiones por la banda son diabólicas pero que sobre ese otro césped luce esforzado y extraviado. Comen unos bocadillos recargados en el tractor y con el sol a plomo, como muchísimos humanos hacen (y como el técnico del Liverpool, Bill Shankly, llegó a obligar a sus dirigidos en un afán de recordarles a quién representan).

 

Pepe Reina, guardameta que es visto como el alma y humor de esta multicampeona selección, se ve desbordado por los niños, por los gritos infantiles, por el desorden de una guardería, como jamás lo ha sido por los disparos de los mejores delanteros.

 

Y Xabi Alonso, el mediocampista del aplomo, sobre el que se apoya la medular, el que orienta a sus rivales, intenta dar apoyo a un anciano para caminar, orientarlo en sus terapias en una residencia para personas de la tercera edad, afeitarlo. Su mensaje final es precioso: “nuestro próximo reto será difícil pero os prometemos de corazón que nos esforzaremos tanto como vosotros cada día”.

 

¿Por qué para tanto? Porque, más allá de la crisis y el desempleo que sufre España, el privilegiado futbolista que fue extraído del mundo convencional cuando era adolescente, admite su condición de persona normal y reconoce la dificultad de los demás empleos, la pesada circunstancia del día a día, el distinto sudor que la mayoría experimenta para alimentar a su familia.

 

A su manera esta campaña también loa al futbolista, aunque, sobre todo, loa a los millones que no están en la cancha, que pertenecen a la otra realidad. Esa que, valga la redundancia, sí es real.

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