Poco más de seis semanas y el balón estará rodando en estadios brasileños. Los reflectores, la atención, los miles de aficionados y cámaras, el escrutinio mundial inevitable cuando un país se expone a la cada vez más incómoda (e ingrata) condición de sede.

 

Así como Argentina aplicó para albergar un Mundial cuando no era gobernada por una Junta y luego lo organizó con despiadados militares al mando; y como España lo solicitó cuando aún tenía una dictadura y después lo efectuó ya en plena democracia; y como tantas naciones cuya condición (política, económica, social) ha cambiado radicalmente entre el instante en que lo consigue y en que el silbatazo inicial suena, este Brasil es muy diferente al que eufórico obtuvo las sedes de Mundial 2014 y Olímpicos 2016. Eufórico, orgulloso y poco dubitativo por entonces.

 

Mucho se ha roto en tan poco tiempo, medianoche que se adelantó para la cenicienta brasileña: la economía ya no acelera igual, la creciente clase media descubre intrincadas vicisitudes, Dilma no es Lula, la confianza, en definitiva, ha dado un vuelco, y el descontento aumenta exponencialmente.

 

A eso se añaden encuestas que revelan que más de la mitad de los brasileños sienten vergüenza por lo que pueda acontecer en su organización del Mundial, por la imagen que se dará, por lo que llegue a pasar, por tantas demoras que han llevado a estadios a posponer hasta en dos años la fecha original de su inauguración. Y mientras incrementan las tensiones en su primer frente (con la FIFA), brota el criticismo de parte del segundo, que es el Comité Olímpico Internacional.

 

A eso se añade un marzo de 2014 con los mayores índices de inflación en diez años para tal mes en Brasil, anuncios de que numerosas infraestructuras no estarán listas para el torneo (temo mucho por la capacidad de los aeropuertos) y un problema que pocos preveían para esta precisa fecha: algunas favelas se han alebrestado.

 

Días atrás, en un reportaje que efectuaba en la favela de Pereirao, un local rebatía el cliché utilizado por los extranjeros: “la pregunta no es cuál favela es más peligrosa, sino cuál está menos pacificada”. La pacificación tuvo algo de ilusión, pero mucho de realidad. Ese mismo muchacho me explicaba que tiempo atrás no pudo ir a la escuela un año debido a que había permanente tiroteo (o riesgo de) a la entrada del cerro donde se extienden laberínticamente las chabolas. Eso ya no sucede. El narcomenudeo sí y en ocasiones la disputa de la plaza también, además de los eventuales choques con las autoridades.

 

Hace un par de semanas la policía intentó desmontar favelas de reciente formación, lo que derivó en férreos incidentes, en barricadas, incendios, tiros, heridos y pérdidas humanas. La crisis acontecía relativamente cerca del estadio Maracaná, aunque muy lejos del Río de Janeiro turístico que nada de eso ve ni se interesa en ver.

 

Finalmente, las pacificaciones se dieron de sur a norte, a manera que las favelas más cercanas a la privilegiada Zona Sul (Copacabana, Ipanema, Leblón), suelen ser las que menores conflictos experimentan. Eso también cambió unos días atrás con el asesinato de un bailarín que aparecía en un programa de televisión. Los habitantes de la favela del Morro de Cantagalo, a escasos metros de Copacabana, culparon a la brutalidad de las autoridades y su protesta tornó en violencia: calles cerradas, tiros, hoteles con turistas encerrados, en una Zona Sul que por lo regular es testigo en plena madrugada de personas caminando festivamente y sin sentirse amenazadas.

 

Con un Mundial tan discutido por los locales, no ha tardado en correr la idea de que estos últimos afanes de pacificación son, como se dice aquí, “para gringo ver”: expresiones que aluden a cosas hechas sólo para satisfacer al extranjero y no para beneficiar a los brasileños, es decir, maquillar el entorno para la inminente Copa del Mundo (como el común de los temas brasileños, concepto del que los mexicanos sabemos bastante).

 

Es algo de lo que pasa en Brasil en esta recta final para recibir el torneo, más allá de si los estadios de Curitiba y Sao Paulo trabajan para estar listos en pleno final de mayo, y de si el de Porto Alegre todavía no halla financiación para las estructuras temporales del Mundial, y de si la FIFA anuncia que habrá (pese a la negativa inicial de algunas ciudades) fan fest en cada sede, y de si preocupa el estado de Neymar una vez que supere su lesión.

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