Si por algo se ha mantenido Alemania 2006 como el evento más memorable en las últimas décadas ha sido por esa exitosa idea que hipnotizó al mundo: los cientos de miles de aficionados que, no muy lejos del estadio, se congregaban para ver el partido en proyecciones en pantallas gigantes.

 

En un deporte que inevitablemente se ha ido cerrando a élites por los elevados precios que demanda por ingresar a las gradas (a lo que se añade el creciente porcentaje de aforo destinado a patrocinadores, invitados, compromisos dignatarios), la opción se consolidó de inmediato.

 

¿A qué grado? Al de que 21 millones de personas fue la audiencia acumulada de los fan fest germanos: en la puerta de Brandemburgo de Berlín, en el estadio Olímpico de Múnich, en la Schlossplatz de Stuttgart, en diversos puntos más distribuidos en territorio germano. Hubo partidos de la Mannschaft que aglutinaron a más de un millón de devotos.

 

El Comité Organizador canalizaba así la inmensa cantidad de seguidores que no tenía boletos y deseaba ser parte de la pasión futbolera. No era necesario pagar boleto, pero el negocio resultaba automático con la cantidad de productos ahí vendidos. Las marcas alemanas de cerveza, que para molestia del orgullo local habían sido desplazadas de los estadios por el patrocinador estadounidense, ahí despacharon litros dignos de los mejores Oktoberfest.

 

Vino entonces Sudáfrica 2010 y la FIFA mantuvo la apuesta, aunque inconsciente de tres factores a los que no lograría sobreponerse: primero, que en el sur del continente africano en junio es invierno, lo que quita a la mayoría las ganas de estar a la intemperie por largos períodos de tiempo; segundo, que la cantidad de aficionados que acudieron a este certamen fue considerablemente menor a la de cuatro años antes; y, tercero, que tanto los sudafricanos como los visitantes a Sudáfrica, suelen tomar precauciones en relación al crimen, lo que ahuyentaba a muchos de las celebraciones públicas.

 

Londres 2012 buscó repetir el modelo alemán, sólo que simplificó el programa de seguridad al limitar la proyección a una mega-pantalla sobre un canal en el Parque Olímpico. Fue la decisión más cómoda en materia logística pues no implicó operativos o perímetros de blindaje adicionales (quienes ingresaban al Parque Olímpico ya estaban revisados); al mismo tiempo, permitió que el Parque, demasiado grande con 2.5 kilómetros cuadrados de superficie, no luciera desangelado como el de Beijing 2008. Pese a cobrarse un bajo costo a quien no tuviera boleto para alguna prueba al interior del complejo, hubo miles de aficionados en cada jornada.

 

Así llegamos a Brasil 2014, en donde a raíz de las protestas y disturbios de la pasada Copa Confederaciones, muchas ciudades sede decidieron no albergar proyección alguna: para evitar manifestaciones, para evitar politizaciones, para evitar mayores pesadillas en materia de seguridad, para evitar que creciera todavía más la crítica por el dispendio de fondos públicos.

 

Recife, en particular, anunció dos meses atrás que se retiraba del programa del fan fest, a lo que la FIFA reaccionó explicando que era ya un acuerdo firmado con cada localidad que albergaría partidos. A esa petición se añadieron Fortaleza y Río de Janeiro.

 

Después de no pocas controversias, este jueves aseguró que habrá fan fest en las doce sedes. ¿Con qué fondos? Eso se mantiene en misterio. ¿Con qué operativos de seguridad? Lo mismo.

 

Sucede que la nostalgia de Alemania 2006 persigue no sólo a aficionados, sino sobre todo al interior de la FIFA. Y bien saben que con Brasil, Rusia y Qatar por delante, esa nostalgia crecerá más. Por ello insisten en réplicas que no necesariamente funcionarán igual… Aunque podemos estar seguros de que la pantalla en Copacabana, manifestaciones al margen, sí será algo mágico.

 

 

 

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