Para encontrar la última vez que un director técnico había sido despedido de ese banquillo, era necesario remontarse al 6 de noviembre de 1986. En ese sentido, el Manchester United se había convertido en sinónimo de estabilidad, de respeto a los procesos, de apego a largos plazos, de máxima excepcionalidad en el planeta de lo efímero. Como Eduardo Galeano ha explicado mejor que nadie en su El futbol a sol y sombra: “La maquinaria del espectáculo tritura todo, y el director técnico es tan desechable como cualquier otro producto de la sociedad de consumo”; no con el patriarca de la longevidad, Alex Ferguson; sí con su sucesor, David Moyes.

                  ¿Por qué entonces no se ha permitido a Moyes cerrar siquiera la temporada? ¿Por qué se le ha echado a falta de cuatro partidos para terminar con esta horrible campaña? ¿Cuál es la intención de hacerlo tan desechable como cualquier otro producto de la sociedad de consumo, cuando ya nada puede remediarse y el United se despidió ya de toda aspiración? Castigarlo, no. Más bien serenar al plantel, mostrarle que se erigirá un nuevo proyecto en cuanto a liderazgo pero que quienes fueron base de un equipo campeón un año atrás, no tienen que irse, que pueden volver a jugar cómodos.

 

El primero de tantos choques que Moyes sufrió ante los jugadores fue intentar emprender un esquema de trabajo tan diferente al de su predecesor. Ferguson apelaba en primera y última instancia al sentido común, a la practicidad empírica que dan tantos años de éxito en el puesto, eso no se negociaba; Moyes, en tanto, alargaba las sesiones y las saturaba de nociones tácticas.

 

A eso se añade lo que le rindió en la cancha el plantel, nada menos que los campeones defensores, al que tampoco supo reforzar adecuadamente. No pudo traer a todo al que quiso (como Cesc Fábregas); luego gastó mal y sus contrataciones del verano apenas funcionaron.

 

En el fondo, algo más relevante e inevitable: que los jugadores si es que le creyeron a su llegada, muy pronto dejaron de creerle, espiral de desconfianza a la que ya no se sobrepuso.

 

El futbol es tan peculiar que el hombre engrandecido (todavía más) por este fracaso, tiene parte de responsabilidad por él. Alex Ferguson fue quien creyó hallar en Moyes elementos para un largo periplo en Old Trafford. Un contrato por seis años dejaba claro el tamaño de la apuesta en ese relevo. Impensable en aquel momento que la situación sería tan crítica como para que ni siquiera cerrara el primero.

 

Se trata de la tercera estadía más corta en la historia del banquillo red devil, aunque los dos precedentes que la superan en brevedad, no pueden tomarse como tal: un interinato de 21 partidos del legendario Matt Busby (quien antes dirigió al United por 24 años) y cuando Jimmy Murphy sustituyó por 24 jornadas al propio Busby, en recuperación tras el desastre aéreo de Múnich.

 

¿Cómo ha sido el ejercicio en números? Es la peor campaña del ManUtd desde que se creó la Liga Premier en 1992 y su más bajo desempeño en casa desde 1978. Cayó en semifinales de la Copa de la Liga ante Sunderland. Eliminado de la Copa FA por el Swansea en la tercera ronda. Fuera de la Champions League en cuartos de final al perder con Bayern Múnich (aunque antes, pasó una obscura noche con la derrota en el Pireo, a manos del Olympiakos). El colmo, deportiva y económicamente, es no calificar a la próxima Liga de Campeones, lo que no sucedía hace 18 años.

 

La transición post-Alex ha empezado mal y ha terminado peor. Del máximo modelo de continuidad se pasó tan pronto al máximo modelo de desconfianza: destituir cuando ni siquiera hay meta para hacerlo a falta de cuatro partidos… Así de fracturada estaba la relación de Moyes con los jugadores y con el concepto Manchester United.

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