¿Ponerse la verde o venderse con la verde? Cuatro equipos del futbol mexicano portaron este fin de semana una casaca totalmente ajena a su color tradicional, en el tono que suele vestir la selección mexicana. Medida que si pudo lucir romántica para alguien, pronto perdió tal cariz al surgir un tweet de la cuenta del Tricolor mismo: “La pasión no se intercambia. Tus colores o ninguno”.

 

Así que todo fue una pugna comercial entre la marca que viste a esos cuatro clubes y la que lo hace con el conjunto nacional. Ni armonía, ni llamado a apoyar, ni voluntad de unir fuerzas para forjar un Tri más combativo. Nada de eso. Simple y llana disputa en el terreno de la mercadotecnia: a ver quién vende más, a ver quién aprovecha mejor la coyuntura, a ver quién se impone.

 

Más allá de si hay simpatía por una marca o por otra, que para el caso lo de menos es, el suceso aporta una nueva pista en relación a lo que representa en estos días un uniforme: un asunto que pronto pasa de moda y acaso se retomará cuando pueda considerarse retro (que a esta velocidad, no descartemos que suceda en menos de un lustro).

 

Con muchos trabajos, y no siempre, el escudo se mantiene. Lo demás, tan desechable como una corcholata o cualquier producto caducado, va rotando.

 

Pasa con los clubes, cuyos cambios de diseño a cada año tienen la obvia finalidad de incrementar ingresos e inutilizar lo que se compró durante la temporada anterior, aunque últimamente también con las otrora sacralizadas selecciones.

 

En Brasil se ha vendido mucho más cara la casaca verde obscuro que la clásica verdeamarela. En Alemania dieron un golpe maestro al lanzar como segunda equipación una idéntica a la que porta el cuadro más popular del país sede, el Flamengo; su venta en tiendas germanas ha sido positiva, mas en territorio brasileño ha resultado impresionante (¿a qué aficionado de América o Chivas no le encantaría tener su exacto uniforme pero con el escudo de una selección de máximo nivel?). En México se comprobó cuatro años atrás, que esa negra, tan distinta a la verde, era un fenómeno de popularidad insospechado; falta por verse si la de Charly Brown logra similares alcances. En Inglaterra ha habido tal conmoción por el precio impuesto por la nueva marca, que hasta el Primer Ministro, David Cameron, ha protestado. En Estados Unidos sacaron una playera basada en el Capitán América. En Portugal, una negra. En Holanda, una blanca con vivos rojos y azules.

 

En fin. Aquí lo que importa es lucrar con la devoción generalizada hacia el conjunto nacional en el máximo histórico que supone cada Copa del Mundo. ¿Crisis? Eso desaparece si se tocan fibras sensibles, como lo suponen los uniformes nacionales.

 

En Brasil se efectuó un ejercicio similar con varios clubes de la liga local, ataviándolos de amarillo. La diferencia es que la marca que los viste coincide con la que se ocupa, a cambio de muchos millones de dólares, del scratch du oro.

 

En México la operación ha sido más bien confrontativa, metiendo a clubes y selección a ese cotejo corporativo. Cotejo nada amistoso. Cotejo, más bien, de ida y vuelta, de subir y bajar sin cuartel, en el que uniformes y tradiciones duran lo que una corcholata.

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