Pocos castigos duelen más a un grande en el futbol actual que verse privado de la posibilidad de contratar. Se vive con multas económicas, se malvive con partidos a puerta cerrada, incluso se sobrevive con puntos descontados… Pero, apegados con precisión al refrán, no renovarse equivale a morir.

                En tal precipicio ha caído el FC Barcelona: no podrá fichar refuerzos durante los próximos dos períodos del mercado, el del verano de 2014 y el del invierno 2014-2015.

 

Lo anterior, cuando el plantel blaugrana da claras señas de desgaste, exhibe una imperativa necesidad de rejuvenecerse, evidencia una preocupante insuficiencia en varias zonas con énfasis en portería y defensa.

 

Para la primera, el estelar Víctor Valdés anunció desde un año atrás que una vez terminado su contrato, se marchará; el Barça debió guardarse las espaldas y traer a algún sustituto desde entonces, mas se aferró a un veterano guardameta que en ningún caso alcanza las alturas exigidas por este coloso: José Manuel Pinto, de 38 años, parece haberse quedado más por su cercana amistad con Lionel Messi que por su capacidad bajo el travesaño…, y con él se jugarán los catalanes la parte más relevante de la campaña, toda vez que Valdés se lesionó para largo.

 

Para la segunda, existía todavía mayor premura. Sonaron los brasileños Thiago Silva y David Luiz, en medio de muchos nombres de zagueros más. No obstante, nada al respecto se concretó y el Barcelona prefirió utilizar su presupuesto en traer a un ofensivo como Neymar. Ahora, con Puyol ya muy frágil, con Piqué lesionado por un mes y con un medio de contención (Mascherano) intentando sacer del apuro, los del Camp Nou se jugarán los trofeos.

 

Con tal preámbulo es sencillo comprender cuánto afectaría al Barcelona el no revocar el castigo impuesto por la FIFA. Un año en el que muchas promesas se perderían para siempre, en que los rivales directos (tanto a escala española como europea) le ganarían valores emergentes y consolidados, en que su plantilla se oxidaría todavía más.

 

Tiempo atrás, el Barça mismo fue víctima de la piratería futbolística. Cesc Fábregas se marchó al Arsenal a los quince años; Gerard Piqué al Manchester United a los dieciséis; Fran Mérida incluso se escondió para entrenar sin ser hallado por sus mentores catalanes y antes de la mayoría de edad ya estaba en el Arsenal.

 

Ahora, regidos ya con un sólido reglamento de transferencias que pretende evitar la trata futbolística de blancas, el Barcelona es acusado de lo contrario. Así como a los trece años reclutó a Lionel Messi y a varios más por caminos en ocasiones ingeniosos y en otras culposos, en los últimos años se hizo de diez adolescentes (coreanos, nigerianos, guineanos, cameruneses).

 

El reglamento de FIFA establece que hay tres formas permitidas de fichar a menores: si hay un cambio de residencia por razones ajenas al futbol (como artimaña se suele dar empleo al padre), si tiene al menos dieciséis años y es europeo, o si pertenece a un club a cincuenta kilómetros de la frontera. Todo lo demás, está penalizado.

 

Es un tema sumamente delicado. El periodista chileno Juan Pablo Meneses desnudó esas redes al disfrazarse de agente y escrudiñar las tácticas seguidas por equipos de todo el planeta. En su libro, “Los niños futbolistas”, acusa en especial al Barça de este tipo de prácticas.

 

Doloroso castigo y más si se sobreentiende que se ha tomado a los blaugranas como chivo expiatorio, ya que casi todos lo hacen, pero por un lado se tiene que empezar en una cara deplorable del mundo del futbol.

 

El tráfico de seres humanos tiene que ser erradicado, con balón o sin balón de por medio.

Twitter/albertolati

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