¿Será posible que aun bajo el contexto del más maravilloso partido de futbol, el arbitraje no sea capaz de desempeñarse a semejante nivel? ¿Será posible que no se logre garantizar siquiera un mínimo aceptable en el trabajo del juez? ¿Será posible que una y otra vez se convierta en factor decisivo que brinca directamente al marcador?

 

Si de dicha forma están en España, cuya federación de futbol es encabezada por el personaje que manejó hasta unas semanas atrás el arbitraje en FIFA y todavía lo hace en UEFA, ¿qué podemos esperar en el resto del mundo?

 

La realidad es clara, casi tanto como que el clásico de este domingo resultó espectacular como en pocos precedentes o incluso más que nunca: que los silbantes se han quedado rezagados respecto al futbol que se practica en esta segunda década del siglo XXI. Son el ritmo y la velocidad, pese a los cuales la precisión de juego apenas se ve afectada, o, en su defecto, propicia errores que a su vez desencadenan más ocasiones de gol. Pero también es la cantidad de cámaras y la tecnología disponible para analizar cada jugada polémica.

 

Para Brasil 2014 se probará con un mecanismo para dilucidar si entraron los balones en el limbo entre línea y gol. Muy bien, que por algo se empieza.

No obstante, debemos recordar que esas controversias son las menos recurrentes en este deporte y que lo más factible es que en la próxima Copa del Mundo ni se utilice, tal como aconteció en su estreno internacional que fue la pasada Copa Confederaciones (apenas se le uso para determinar a qué futbolista italiano conceder un gol en el partido por el tercer puesto; es decir, se estrenó con fines muy diferentes a los que llevaron a su implementación). El problema real llegará, más allá de esa línea de gol, con decisiones sobre penaltys, fueras de juego, criterios para imponer tarjetas, como este domingo.

 

A todas las complejidades ya implícitas en este deporte, debemos añadir los antecedentes de Real Madrid y Barcelona. Primero, lo que estos dos ya acarrean en términos de rivalidad y todo lo que se juegan a cada choque. Segundo, la relación directa de ciertos árbitros en relación con algún club. Undiano Mallenco perjudicó notablemente al Madrid en el cotejo de la primera vuelta, argumento suficiente para no haberlo mandado de nuevo. Empezó por pitar como penal una falta fuera del área a Cristiano Ronaldo. Siguió (o compensó) al posibilitar su asistente que continuara una acción en fuera de juego de la que derivó entonces un penalty muy riguroso para el Barça que incluyó una roja todavía más rigurosa para Sergio Ramos. Y complementó con otro penal para los catalanes acaso más dudoso. Un desastre al que se añade un pésimo manejo de partido, indigno de tan explosivamente brillante ocasión.

 

Sí, el Real Madrid tendrá que aprovechar esta resaca para no limitarse a culpar al árbitro y voltear a ver lo que ha hecho y dejado hacer: muy bajo en relación a lo que ha concedido durante la presente campaña, sumando un punto de doce contra los dos mayores contendientes en España. No fue el día de Cristiano Ronaldo y cuando eso sucede, todo lo blanco pierde claridad. Respecto al Barcelona, da la impresión de que con dos hombres tuvo suficiente para liquidar: el inmenso Andrés Iniesta y el infaltable Lionel Messi; de ahí en más, muy frágil de la medular hacia abajo.

 

Más allá de todo, uno de esos partidos que permiten entender por qué tantos millones, o miles de millones, son feligreses en el templo de este deporte. Espectáculo de noventa minutos en el que la ventaja emocional cambió de lado al menos cinco veces. Espectáculo vertiginoso en el que distraerse un distante lucía (y era) imperdonable. Espectáculo épico en el que hubo de todo, incluido lo que no logra erradicarse por mucho que el nivel futbolístico sea el mayor: el arbitraje que, ni duda cabe, se ha quedado atrás; inevitablemente atrás y superado por las circunstancias.

 

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