Más allá de los árbitros, en el futbol no suelen existir reglas.

                Si algo no es marcado en la cancha o alguien no es sancionado sobre el césped, la conducta normalmente queda impune, incluso a sabiendas de que algunas ligas autorizan la atípica imposición de castigos con base en lo analizado por video.

 

Sucede que el futbolista de élite, millonario y célebre, aplaudido en la malacrianza, termina por hacer lo que desea bajo el entendido de que le será suplicado poner su cuota de futbol al servicio del colectivo. Los vacíos de autoridad (o miedo a la estrella) se maquillan con aquello de “lo que pasa en la cancha se queda en la cancha”.

 

¿Quién en su sano juicio está dispuesto a hacer enojar a su más aguerrido y poderoso mediocampista a pocos meses del Mundial? ¿Quién siquiera consideraría ventilar públicamente su descontento hacia el comportamiento de un personaje con casi cien partidos internacionales, algunos de ellos como capitán nacional? ¿Qué director técnico asumiría el riesgo de distanciarse o enfriar la relación con uno de los pilares de su selección, no por algo acontecido en plena concentración, sino por un incidente en su club y el cual no fue percibido por el árbitro?

 

La respuesta es Cesare Prandelli, el entrenador de Italia.

 

Danielle De Rossi, estelar jugador de la Roma y dos veces mundialista con la squadra azzurra, protagonizó este fin de semana un incidente que normalmente no tendría relevancia. Sin que el silbante lo notara, propinó un puñetazo al argentino Mauro Icardi. Toda vez que este lunes se integraría a la nazionale italiana para el amistoso contra España, Prandelli anunció que De Rossi había sido desconvocado.

 

En pleno ejercicio de una autoridad a la que sus colegas suelen renunciar en este contexto, declaró: “Es nuestro código y yo soy el juez. No necesito esperar evidencia televisiva. Si considero que mis jugadores se comportaron mal, no son llamados. Lo hago por ellos. Para el Mundial quiero jugadores que estén listos en todo sentido. No quiero jugar con diez hombres. No quiero tonterías en la cancha”.

 

Con anterioridad, Prandelli ya había retirado un llamado a De Rossi en 2011. Sus reglas, como queda claro, son contundentes, y más conforme se acerca la Copa del Mundo.

 

De Rossi es un personaje especialmente experimentado y cuya forma de juego al límite del reglamento resulta de sobra conocida. Con semejante reprimenda y escarnio público, deberá recapacitar un tanto antes de reaccionar con violencia.

 

Es un tipo de decisión que en otra época hasta habría parecida sensata, pero que dadas las condiciones del futbol actual, de millones y celebridad, parece novedosa.

 

Me atrevo a decir que Daniele De Rossi es imprescindible para Italia y uno de los principales argumentos que permiten a los azzurri soñar con una buena actuación en Brasil 2014. No obstante, más imprescindible y mejor argumento resulta la coherencia en el liderazgo de este equipo: Prandelli manda y él definió unas normas. Quien quiera estar, ya conoce claramente el camino, más allá de jugar buen futbol.

 

Estar en una selección implica representar a un país. Razón suficiente para exigir de quienes en ella juegan, una conducta impecable.

 

¿Y si se enoja el futbolista? Peor para él. Si es inteligente (y es el caso de este portentoso volante), aprenderá de la lección y llegará reforzado al gran torneo.

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