Durante más de siete años Brasil suplicó, casi enfatizó, que se le permitiera organizar el Mundial a su manera, bajo su ritmo, en sus tiempos.

Recurrió a metáforas tan extrañas como ésta empleada por su Ministro del Deporte, Aldo Rebelo: “Aquí, en mi país, hay una institución muy respetada, que es el matrimonio. Y la novia casi siempre se atrasa, pero la boda transcurre sin problema alguno. Podemos tener algunos retrasos que no van a influir en el desarrollo del Mundial”.

 

Se indignó cuando en 2012 el secretario general de la FIFA, Jerome Valcke, endureció críticas y utilizó las siguientes palabras: “¿Por qué tantas cosas están con retrasos? Lo siento, pero las cosas no están marchando bien (…) Tienen que darse un impulso, darse una patada en el trasero y organizar este Mundial”.

 

Este martes, sin embargo, no habrá más margen para discursos o explicaciones, excusas o quejas: Curitiba podría ser la primera sede en quedar fuera de un Mundial en épocas contemporáneas, en lo que sería un golpe por demás fuerte a lo que Brasil buscaba proyectar al albergar esta competición.

 

¿Consolidación? ¿Tecnología? ¿Inversiones? ¿Practicidad para negocios? ¿Cooperación entre esferas públicas y privadas? ¿Crecimiento? Mucho de lo anterior será de alguna manera refutado o cuestionado si la Arena da Baixada es cortada por la FIFA.

 

La realidad es que Joseph Blatter no ha mentido al comentar que nadie antes tuvo tanto tiempo como Brasil para armar un Mundial. Desde marzo de 2003, cuando se anunció que el torneo sería efectuado en Sudamérica, resultaba evidente que no existía opción alterna a esta tierra. Más aun, en 2004 ya era decisión unánime de Conmebol que todos apoyaban a dicha sede y si Colombia quiso competirle por unos meses, el propio Blatter desestimó su intento: “lo de Colombia se trata más bien de una presentación de relaciones públicas del país para decir que están vigentes”.

 

Más de una década después de la asignación no oficial y a siete años de la oficial, Brasil está atascado, porque no es solamente Curitiba. El plazo final de entrega de estadios era diciembre de 2013, aunque de momento sigue habiendo obras en seis. Sao Paulo, que espera la inauguración y una semifinal no estará hasta abril. Cuiabá también debe ser ratificada en la visita de esta semana, toda vez que enfrenta problemas por un reporte de autoridades locales relativo a daños estructurales en la instalación. Porto Alegre, al tiempo, entró en conflicto por la amortización de la tribuna provisional que ampliará el aforo durante el torneo: ¿quién debe pagar esos quince millones de dólares? ¿El club Inter que ahí jugará o las autoridades locales? El presidente del Inter clamó el viernes: “Existe, sí, un riesgo de que nos perdamos la Copa. Y éste no es pequeño”.

 

El peor de los escenarios posibles que una localidad puede enfrentar es desembolsar tantos millones para recibir partidos mundialistas y finalmente no hacerlo, privándose de beneficios como derrama económica, posicionamiento, consolidación turística, orgullo de la población.

 

Curitiba, tan modélica para el resto de Brasil en nociones de ecología, sustentabilidad, desarrollo, innovación, se encuentra cerca de esa situación. Numerosas especulaciones aseguran que este martes será sacada del certamen, aunque el gobierno federal insiste que el avance es sustancial y suficiente para llegar al torneo.

 

Las protestas anti-Mundial han sido una constante desde nueve meses atrás. De lo que no se puede culpar a la FIFA en Brasil, es de no haber sido flexible en cuanto a tiempos, con plazos de entrega que han ido cambiando a cada visita de inspección tanto para la pasada Confederaciones como para el Mundial.

 

Brasil demandó que se le permitiera hacer las cosas a su manera. Este martes sabrá si lo que denomina (y no es) su manera ha funcionado.

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