Cuando parece que el futbol ya ha alcanzado el extremo máximo del sin-sentido, se supera a sí mismo y nos vuelve a sorprender.

                El pasado viernes cerró el mercado invernal en las ligas europeas, mismo que permite reforzar o modificar un plantel a mitad de temporada. Como es común a casi todos los equipos y en un comportamiento digno del niño que deja la tarea para las diez de la noche del domingo, la mayoría de las operaciones se efectuaron a contrarreloj, con algún resultado que raya en lo cómico (o sea, que el niño hizo la tarea mal).

 

Bien se sabe en nuestro país que Andrés Guardado dejó al Valencia para irse a préstamo al Bayer Leverkusen. Al mismo tiempo, el conjunto naranjero compró al defensa central argentino Nicolás Otamendi a cambio de un monto variable entre dieciséis y veinte millones de dólares. Rápidamente se movieron las piezas en el Valencia, al desprenderse de otro futbolista que se desempeña en esa posición para hacer hueco al fichaje, el portugués Ricardo Costa negociado al Besiktas turco.

 

Todo iba bien. Lo que olvidó la directiva fue revisar sus plazas de extranjeros. Recordemos que cada liga tiene una regulación diferente respecto a la cantidad de foráneos que puede alinear, siendo lo único común la normativa imperante en toda la Unión Europea, que establece que los individuos nacidos dentro de sus confines tienen idéntica oportunidad laboral en todos sus países (con lo cual, un inglés no es extranjero en Alemania, ni un alemán en Francia, ni un francés en Holanda, ni un holandés en España).

 

El cálculo se complica ligeramente con la creciente cifra de elementos extra-comunitarios que al cabo de unos años reciben el pasaporte del sitio al que llegaron a jugar o del que emigraron sus abuelos a Sudamérica. Por ejemplo, Andrés Guardado no ocupaba en el Valencia uno de los tres sitios extranjeros y, por ende, no liberó plaza alguna.

 

Así, Otamendi llegó con su pasaporte argentino y de pronto el Valencia se dio cuenta de que no tenía como inscribirlo, toda vez que ya están el chileno Eduardo Vargas, así como los brasileños Vinícius de Araujo y Jonas.

 

El Oporto, vendedor del jugador, se negó a recibirlo de vuelta. Al tiempo, los registros ya habían cerrado y al vapor el Valencia canceló la salida del central que haría sitio a Otamendi.

 

Así, el seleccionado argentino podría perderse el Mundial 2014 si no consigue algún equipo fuera de Europa occidental: ¿Argentina? ¿Rusia? ¿Turquía? Lo que importa es ponerse a jugar y ya en julio integrarse al dadivoso club que se gastó tantos millones sin considerar un factor esencial.

 

Sirva tan rocambolesca situación para entender los absurdos que se manejan en el planeta futbol: acaso veinte millones de dólares por un defensa a cuyo concurso ni siquiera se puede recurrir.

 

No son los cien millones de Gareth Bale o la misteriosa cifra pagada por Neymar (entre 57 y 115 millones), pero sí es mucho dinero. Dinero, en el desprecio, y en una institución endeudada en más de trescientos millones de dólares.

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