Una de las claves de operación de la Major League Soccer (MLS) ha sido recargarse en las minorías que radican en la Unión Americana y su devoción hacia el futbol.

 

Sin embargo, con Miami y Florida en general, ese esquema no ha funcionado. A cada intento por instaurar una liga de este deporte en los Estados Unidos, ha correspondido un fracaso en tan célebre, cosmopolita y turística ciudad.

 

El listado de figuras cuasi-jubiladas que intentaron encender la pasión futbolística en Miami y el vecino Fort Lauderdale es largo: el guardameta campeón del mundo en 1966, Gordon Banks; el hasta hace poco máximo goleador en la historia de los Mundiales, Gerd Mueller; el alguna vez Balón de Oro y multicampeón con Manchester United, George Best; la leyenda peruana, Teófilo Cubillas. Décadas después, ya con la MLS echada a andar, el colombiano Carlos Valderrama dejó señas de su gran elegancia (y de su inconfundible cabellera) en los partidos del club Miami Fusion.

 

Acaso el sobrenombre de ese último intento resumía lo que perseguía la institución: aprovechar la gran fusión que define a Miami (fusión de nacionalidades, fusión de idiomas, fusión de pasiones), para crear una tradición futbolera. Con lo que no quisieron contar (aunque era algo más que previsible) era con que los cubanos/miamienses no se integrarían a la consolidación del proyecto, ya que a diferencia del común de los grupos en el país, ellos tienen más que suficiente con el béisbol. Además, el resto de los inmigrantes, viven demasiado ocupados con vidas ya estructuras como para atender a un nuevo deporte.

 

Así, el Fusion, con bajísimas entradas, pérdidas millonarias y sin provocar la menor de las expectativas, salió de la MLS en 2002.

 

El preámbulo anterior nos puede permitir entender por qué a David Beckham se le concedió la venta de una franquicia de MLS en 25 millones de dólares, mientras que el nuevo club de Nueva York (del cual es socio el Manchester City) ha costado cien millones, o los setenta que debió pagar el grupo de inversionistas que encabeza el Orlando City: porque Miami es estratégico para la expansión de la MLS y ahí no ha funcionado la amalgama o apego de las minorías (fusión, como el antiguo nombre). En Miami hace falta glamur y nadie más capacitado en el planeta futbol para aportarlo que Becks.

 

Los rumores empiezan a rodear al ex capitán de la selección inglesa y esa es la mejor noticia para las autoridades de la MLS: que por fin alguien está hablando de soccer en una ciudad cuyo football representa sólo a los Delfines de la NFL. Que si comprara la mansión del asesinado diseñador Gianni Versace en South Beach; que si la estrella de baloncesto del Miami Heat, LeBron James, se le unirá en la inversión; que si se levantará un estadio (sin fondos públicos, ha insistido David) en pleno puerto, justo donde se abordan los cruceros; que si fichará para el club a algunos de sus ex compañeros; que si Victoria Beckham abrirá tiendas por la ciudad. Mucho ruido y elegancia, que si algo garantiza hoy Beckham es eso.

 

La nueva etapa en la carrera del deportista más mediático, iniciará entonces entre yates y centros comerciales, alta costura y refinada cocina, palmeras y crema para broncear. Hasta ahora, más allá de sus resultados en la cancha, donde ha ido Beckham ha triunfado de una manera u otra.

 

Los Miami Golden Balls sintetizan en su nombre la nueva apuesta: la fusión no funcionó; acaso los balones dorados, lujosos, sí.

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