Partamos de la premisa de que el futbol y, por ende, su dirección técnica, son subjetivos. Asumamos que pueden existir opiniones diferentes, incluso diametralmente opuestas. Necesidades demandadas por determinado esquema o planteamiento que no logra satisfacer quien sí cumplía a cabalidad (aun brillantez) bajo otra circunstancia.

                  Y después del anterior ejercicio, una pregunta: ¿qué tiene que suceder para que el futbolista más desequilibrante, productivo, exitoso durante dos temporadas consecutivas, consentido de las gradas, sea relegado por el nuevo entrenador a la banca y después vendido a mitad de  torneo a un rival directo en la disputa de los títulos?

 

¿Qué tiene que suceder? Mucha obstinación, terquedad. Porque el recién llegado DT tiene más interés en ganar que nadie, no es que abrigue deseos de hacer con sus pupilos un harakiri o quiera contemplar a lo Nerón un incendio de su once. Sin embargo, pesa más el efecto mesiánico, el “yo soy capaz de ver lo que nadie ve”, el “a mí no me van a decir”, el  “nadie se había dado cuenta de lo que yo tengo tan claro”.

 

Parte del problema de los directores técnicos (y no sólo de José Mourinho) es esa soledad. Cada vez están más rodeados de asesores, consejeros, consultores, casi llegando al extremo del futbol americano o el beisbol donde hay un comisionado en cada faceta (ofensiva, defensiva, equipos especiales; de bateo, picheo, de primera base). Y, pese a todo, solos con su circunstancia (que a esa, por mucho que quieran, no la pueden correr, traspasar, vender, dejar en la suplencia).

 

Juan Mata era el mejor elemento del Chelsea y acaso de la Liga Premier. Durante un par de años, la afición blue deliraba con él: su talento y técnica, hacían que el accionar del cuadro londinense perdiera sentido si su concurso. Líder en asistencias de gol durante el certamen pasado, integrado al grupo, aclamado por propios y extraños, fue una de las razones principales (o la razón principal) por la que un plantel envejecido e inestable logró obtener en años consecutivos Liga de Campeones y Europa League.

 

Tanto, que si el anterior entrenador hubiera osado venderlo a puerto tan odiado como el Manchester United, se había arriesgado a un motín en pleno estadio Stamford Bridge. Sucede que Rafael Benítez no era querido por los seguidores del Chelsea (todo lo contrario), y que Mourinho es idolatrado.

 

Mou decidió a su llegada que el diminuto creativo español no le servía. ¿Parte de sus fobias heredadas de su convulsa etapa en el Real Madrid? ¿Alguna relación con el perfil de Mata, tan similar al de los mediocampistas ofensivos del Barcelona? Eso ya es tema para su biógrafo o psicoanalista. El asunto es que Mata se ha ido al United.

 

Que un equipo que no necesita dinero se desprenda de tan especial valor, no es poca cosa. Influye, obviamente, la desesperación del futbolista con el Mundial 2014 tan cerca y al notar la competencia por un hueco en la selección española: de en medio hacia adelante, Iniesta, Silva, Cesc, Cazorla, Pedro, Jesé, Navas, Koke, Thiago, más los delanteros Villa, Negredo, Diego Costa, Torres, Soldado, Llorente.

 

Por ello Mata tiene que jugar y cuanto antes. Por ello su salida era el único camino. Por ello y porque Mourinho no lo necesita: porque ve (o cree ver como muchos de sus colegas) lo que los simples mortales no podemos.

 

Pastores, evangelio del balón en mano, que van por los estadios con su verdad. Y si su verdad es tomada por ley allá donde dirigen (que es el caso en Stamford Bridge), entonces el debate está cerrado.

 

Sí, finalmente, esto del futbol es algo subjetivo. Esa es su ventaja y por eso les pagan.

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